Warning: getimagesize(fotos/22_miguel.jpg): failed to open stream: No such file or directory in /var/www/virtual/diariojunin.com/htdocs/app/Views/vernota_views.php on line 56 ¿Cómo utilizar la Adversidad como Motor? - Diario Junin
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LIDERAZGO PARA PADRES E HIJOS
¿Cómo utilizar la Adversidad como Motor?
Por Franco Soldi,- Tengo que hablaros de una de las personas más exitosas que conozco. Para eso tengo que remontarme al invierno de 1979 y transportarme a Lima, Perú. Yo tenía seis años y ese día me tocó contestar el teléfono. La noticia que recibimos esa noche cambió la vida de mi familia. Miguel, mi hermano, había tenido un accidente.
Viernes, 22 de Junio del 2018 - 23:50 hs.
¿Cómo utilizar la Adversidad como Motor?


Miguel me lleva once años. Él tenía diecisiete años esa noche en la que mis padres salieron a toda velocidad dejándonos en casa de una tía.

A un par de colegas de Miguel de su promoción de la Escuela de cadetes de Marina del Perú, se les ocurrió agarrarlo por la espalda y aventarlo en una fosa. Para fatal suerte de mi hermano había mucha menos agua que lo que parecía. Miguel se partió la columna a la altura del cuello y el resultado fue parálisis del cuello para abajo.

Recuerdo entre detalles borrosos que mis padres se marcharon con él a Houston y que a los hermanos nos dejaron con la abuela. Nos visitaban a menudo, pero no existía email y nos comunicábamos por carta y por costosas llamadas telefónicas internacionales.

Pasó casi un año hasta que por no pudimos viajar a Houston para ver a Miguel. Mi padre había tenido la buena idea de combinar este impactante viaje con una visita previa a Disney World. ¿De dónde había sacado el dinero o la fuerza? No lo sé, porque el accidente de mi hermano había golpeado el corazón y el bolsillo de nuestra familia.

Ese fue mi primer vuelo internacional con la ya desaparecida línea aérea Brani . Un avión verde nos llevó al maravilloso mundo de Disney en Orlando. Después de unos días, mi padre comenzó a prepararnos para nuestro reencuentro con Miguel. Volamos a Houston y recuerdo como si fuera ayer entrar por la puerta de aquel departamento del edi cio Houston House en el centro de la ciudad.

Encontramos a Miguel sentado en su silla de ruedas, aquella que sería su compañera durante el resto de su vida. No sé muy bien lo que sentí al verlo ahí, no sé si noté que sus manos no tenían movimiento y no recuerdo el gesto de su cara. Lo que si recuerdo es que mi hermano Gino y yo corrimos a abrazarlo.

Por la juventud de Miguel lo normal hubiese sido que su vida se hubiera detenido convirtiéndose en un gigantesco, tormentoso y oscuro símbolo de interrogación no sólo de dudas sino de temor. También tuvo que soportar el dolor físico de meses de terapia postrado en una cama tras varias operaciones y una larga rehabilitación. Yo no sé qué pasó por la mente de mi hermano de diecisiete años. No sé si estuvo deprimido, cuánto lloró o cuánto miedo tuvo. No puedo imaginar sus noches en vela, la sensación de no sentir gran parte de su cuerpo y la ansiedad ante un futuro incierto.
Pero al ponerme en sus zapatos, yo hubiera sentido terror, hubiera gritado, maldecido e insultado al mundo por mi desgracia. Hubiera tenido una enorme lista de culpables y sentiría que el destino estaba robándome la vida que había deseado tener.

No sé qué hizo Miguel para convertirse en lo que es ahora; un ser pleno que irradia paz, un profesional totalmente independiente con dos carreras y una maestría y un hombre feliz embarcado en un matrimonio desde hace casi treinta años. Y por encima de todo es un hombre agradecido con Dios. Comprenderás que, para mí, Miguel es un hombre exitoso.

El humor es una de sus herramientas de vida que, como te imaginarás, está llena de historias. Quiero contarte una que creo que re eja su actitud vital ante los problemas.

Miguel vivió durante años en la residencia de estudiantes de la Universidad de Houston. En aquel entonces los teléfonos celulares no existían. Un domingo había quedado en casa de amigos para ver un partido de la NFL. Aunque ese día había amanecido lluvioso, aparcó en un estacionamiento sin techo. Se disponía a pasar de la silla al auto cuando resbaló al apoyar la mano en el asiento mojado, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo mientras observaba cómo su silla se alejaba rodando lentamente.

Al verse sentado en el suelo, empapado y sin posibilidad de moverse empezó a gritar “Help” sin éxito. Viendo que el aparcamiento estaba desierto, a los quince minutos desistió. Su último esfuerzo consistió en estirarse para alcanzar el six pack de cervezas que traía consigo. Alcanzó el cojín de su silla para hacer la espera un poco más cómoda y le dio un sorbo a la primera lata. “¿Por qué íbamos a dejar que empezaran a calentarse?” cuenta con una sonrisa. A la hora y media un paraguas moviéndose anunciaba al “buen samaritano” que iba a salvarlo y que lo encontró tirado en el piso, empapado y muerto de risa rodeado de seis latas vacías de cerveza. “Me perdí el partido, pero nadie me quitó la esta”, dijo en guisa de excusa.
Entenderás que no puedo evitarlo; cada vez que me pasa algo “malo” y sale de mi boca una queja me acuerdo de mi hermano y me muerdo los labios.

¿Cuántas veces maldecimos, insultamos o nos quejamos cuando no conseguimos lo que queremos al minuto? Miguel es mi gran ejemplo de perseverancia, de coraje, de esfuerzo y de superación constante a lo largo del tiempo. Es ejemplo de paciencia y actitud ante la adversidad. Él me ha enseñado, sin saberlo, de primera mano y mejor que cualquier libro de auto ayuda, que cada uno de nosotros es responsable de cómo vive su vida independientemente de lo que la vida te ponga enfrente.

Además, Miguel tiene una actitud positiva que le ayuda a conseguir lo que parece imposible. Para contarte por qué, tengo que remontarme a diciembre 2015 cuando a Miguel le quedan 345 días para retirarse de la Universidad de Texas y dedicarse a las cosas que actualmente más disfruta como leer y pintar. Todos en la familia coincidimos en que ese retiro es un merecido premio a una vida de esfuerzo y de superación.
Pero la nochevieja del 31 de diciembre todos notamos que Miguel empieza a comportarse de manera extraña durante la cena.

Tras varias pruebas le diagnostican un tumor en el parte frontal del cerebro localizado sobre el nervio óptico y que debe operarse de urgencia.

Todos nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Cómo es posible? ¿Cuáles son las probabilidades de que una misma persona sufra estas dos calamidades durante una misma vida? La vida es injusta.

Tras horas en el quirófano, una operación complejísima a cráneo abierto, la extracción de un tumor del tamaño de una bola de golf y una larga recuperación en la que tuvo que reaprender muchas cosas, a los seis meses mi hermano estaba sentado de nuevo en su despacho de la Universidad de Austin trabajando. Como el tumor dejó un extraño vacío dentro de su cráneo, le gusta resumir su odisea diciendo “siempre he sabido que era un poco cabeza hueca”.

Él me ha enseñado que una buena actitud es imprescindible para ser feliz y que el reírnos de nosotros mismos y de nuestros problemas es la más útil de las terapias para combatir el dolor, la frustración, el rechazo y las di cultades.

Mi hermano ha sido capaz de enseñarme dos veces en una misma vida que no existen circunstancias adversas, sólo actitudes ante dichas circunstancias.

Comprenderás que cuando pienso en él no puedo evitar reírme de la vida y pensar que ni mis problemas ni mis tropiezos pueden frustrarme.

Si él disfruta la vida a mí nadie me va a aguar la esta ni impedirme saborear este regalo que me es entregado cada día bajo la forma de minutos y de horas.

Durante una entrevista que le hicieron a mi hermano en un periódico de Texas le preguntaron cómo hubiera sido su vida si no hubiera tenido el accidente.

Respondió algo similar a esto: “No sé cómo pudo haber sido mi vida, lo que sí sé es que tenemos que poner todo en una balanza. Si yo a día de hoy pongo en un lado todo lo que creo que pudiera haber hecho de no haber estar atado a esta silla de ruedas y en el otro lado pongo todo lo que he aprendido, crecido y vivido después de mi accidente, creo de nitivamente que la balanza se inclina positivamente”.
Sólo me queda decir: Gracias Miguel.



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