Cuando cerca de la 1 de la mañana de hoy viernes Javier Calvo tiró en la mesa de Animales Sueltos como noticia de alto impacto la cena que habrían compartido Alberto Fernández y Héctor Magnetto, sonó a “Crónica de una Muerte Anunciada”.

No porque la noticia en sí signifique la muerte de nadie, sino porque, en realidad, la reconciliación con Clarín era una de las razones que motivaron la elección de su ex jefe de Gabinete por parte de Cristina Fernández de Kirchner. El estado en que heredará el próximo Gobierno será calamitoso, y esto es algo que no ignoran ni el CEO del multimedia, ni Alberto ni, mucho menos, Cristina.

La breve trama de la reconciliación incluye tres capítulos. El primero habría tenido lugar en la tarde del sábado, cuando Magnetto se comunicó con Alberto Fernández para felicitarlo y consultarle sobre la candidatura a la vicepresidencia de Cristina y sobre la libertad de acción que se le había conferido. La respuesta del candidato de Unidad Ciudadana fue tranquilizadora. Le comentó que Cristina estaba cambiada, dispuesta –tal como lo había anunciado públicamente- a resignar todo protagonismo con tal de conseguir el cierre de la etapa de Cambiemos.

La respuesta de Alberto Fernández motivó la invitación a compartir una cena, que finalmente se habría realizado el pasado miércoles. Previo a esto, el candidato acomodó pacientemente y en tiempo récord los trebejos del difícil tablero en el que le toca jugar. Viajó el lunes a Santa Cruz para dar una señal inequívoca de continuidad histórica con la etapa virtuosa de la presidencia de Néstor Kirchner, de la cual fue protagonista y artesano caracterizado. Poco después, anunció que “se terminó la guerra con Clarín, confío en ir limando asperezas”. Dos gestos muy claros tendientes a suturar una grieta que a ninguno de sus componentes originales conviene renovar.

Al fin y al cabo, todo el mandato de Néstor Kirchner, hasta la crisis del campo, significó una etapa de prosperidad para Néstor, para Magnetto y para la sociedad argentina en conjunto. El nexo sobre el que se sostenía esa relación era Alberto Fernández. Cuando estalló el conflicto por las retenciones y el vínculo entre el Gobierno Nacional y el multimedia se quebró, Alberto decidió que era momento de dar un paso al costado. La lógica amigo-enemigo prescripta por Laclau no era el contexto apropiado para quien había hecho de la conciliación y la negociación política su arte.

Pero los tiempos cambian y la Argentina se encuentra, una vez más, al borde del abismo. El Gobierno Nacional alienta la confrontación, ya que, paradójicamente, solo aplicando la lógica de Laclau puede tener alguna chance de continuidad. Cristina y Alberto Fernández advirtieron que era tiempo de cambiar las reglas de juego, y operaron en consecuencia. Reconciliándose primero ellos mismos. Tratando de incluir a otros jugadores caracterizados después.

Aun no trascendieron los términos de la conversación del miércoles, ni los acuerdos que pudieran haberse alcanzado. No está claro, por ejemplo, si Clarín –como en el periodo 2003-2008- jugará a favor del denominado neokirchnerismo, o si simplemente las partes se limitarán a un respecto civilizado mutuo.

Lo que queda claro es que se ha dado un paso adelante en este terreno. Aunque sus consecuencias sobre las perspectivas electorales de la fórmula Fernández-Fernández resulten aún inciertas.