El adiós del tiburón
La madrugada se tiñó de luto para el fútbol argentino. Sobre el asfalto húmedo de la Autovía 2, en la soledad de un tramo cercano a Lezama, la vida de José Marcelo Moscuzza se apagó de manera trágica y abrupta. A los 48 años, el ex vicepresidente de Aldosivi perdió el control de su vehículo, que terminó volcado en un zanjón. No hubo tiempo para auxilios. El hombre que durante años fue un pilar de la dirigencia del Tiburón murió solo, en medio de un silencio roto solo por el chirrido de metal y el posterior grito de sirena de las ambulancias que ya nada podían hacer.
La noticia, seca y brutal, cayó como un balde de agua fría en una ciudad donde el apellido Moscuzza es sinónimo de Aldosivi. No era un simple ex dirigente. Era "Josecito", el hijo de José Américo, el patriarca, el presidente histórico. Era el hermano del actual vicepresidente primero, Pedro, y tío de Nina, prosecretaria. Una estirpe que ha moldeado la historia reciente del club con una entrega que va más allá de lo administrativo. Una pasión que, como él mismo confesara, se mamaba "desde la cuna".
Su muerte no es solo la de un directivo. Es la de un hincha de aquellos que veían en el club una extensión de la familia. En sus propias palabras, recordaba con nostalgia su infancia en la sede social, jugando a los videojuegos mientras su padre gestionaba los destinos del equipo. Ese niño que creció entre papeles y reuniones no podía imaginar que décadas después sería él quien, desde la vicepresidencia, impulsaría obras cruciales: la pensión para las inferiores, la mejora del predio en Punta Mogotes, la lucha constante por achicar la brecha que separaba a Mar del Plata de los grandes centros futbolísticos.
Su legado es el de un club que, bajo su gestión familiar, supo tocar el cielo con las manos, ascender, competir en primera, y también sufrir los descensos. Lo vivió todo con la camiseta puesta. Incluso en estas últimas semanas, cuando había decidido dar un paso al costado de la gestión diaria, su figura seguía siendo emblemática. La prueba final de su amor inquebrantable: el último fin de semana, lo encontraron en la platea, mirando el partido contra Independiente Rivadavia. Como siempre. Como un hincha más.
Hoy, la Autovía 2 tiene un kilómetro marcado por la ausencia. Aldosivi pierde a uno de los suyos, y Mar del Plata despide a un hombre cuya vida estuvo entrelazada con las alegrías y las penas de un pueblo futbolero. El Tiburón está de luto. Y Josecito, desde algún lugar, ya debe estar buscando la butaca para no perderse el próximo partido