10/01/2021  -  Locales
El ocurrente colectivo
Por: Juan José Chano Plano.

Tengo cierta propensión a pensar que la gente por naturaleza humana es ingeniosa, aunque como con la fama solo sean por 15 minutos en la vida. Digamos que por motivo natural algún gen de nuestro ADN (no me pregunten cual), se ha inmiscuido un toque de curiosidad que hace a la mayoría de los homos sapiens los seres más evolutivos entre todas las especies.


Si, entiendo que en ciertas oportunidades nos encontramos con personas que más bien parecen lo contrario. Pero mi referencia está asociada a un rasgo ocurrente en algún momento de nuestras vidas, y no necesariamente va asociado a nuestro coeficiente intelectual. Es decir, ¿quién alguna vez no silbó una melodía como propia, para que después de unos años la salga cantando un número uno? O el día que hiciste el ridículo con una pollera que cosiste en la Singer de la abuela, y dos temporadas después un diseñador industrial top la convirtió en tendencia mundial.


¿O tal vez te pasó a manera de déjà vu invertido, enterarte que del otro lado del planeta descubren algo que a vos te sobrevino tiempo atrás? Claro que en el apuro, posiblemente ni te has detenido en el ‘cómo’.  Pero hacer funcionar algo, hoy en día lo logra cualquiera (bueno cualquier alemán, chino o japonés lo haría), lo que importa es saber que se necesita. ¿O no?
Por eso debería tener un reconocimiento a la ocurrencia de alguien que flashea con un aplauso o un chasquido de dedos para que aparezca el llavero, los lentes o ahora el barbijo que perdimos un rato antes.


Pudo pasar en un momento de absoluta lucidez, como en uno de extrema embriaguez, a los 7 años como en mi caso o a los 80 como mi tío Tito. Hablo de la solución de un problema, de la invención de un aparato doméstico, de una canción o hasta el olor de un perfume. El nombre de un producto, un paso de baile nuevo, una jugada de ajedrez o la manera que el barbijo no nos empañe los lentes.


En mi caso voy a ser totalmente franco, no soy ni me las doy de persona ocurrente, si me apuran posiblemente fuere todo lo contrario. Pero con ello vengo justamente a demostrar que mi teoría es cierta. Cualquiera puede tener una idea ocurrente, …aunque fuere esa una la única de su vida.


Cuando yo era un chico, (voy confesando que eso pasó hace un buen rato), tenía graves inconvenientes para aprender el huso horario. Maldecía esas agujas desiguales, arrítmicas y caprichosas que jamás se detenían para llegar a la hora de la entrada a clase y luego caminaban lentísimas hasta la campana de salida en la vieja escuela Nº 28. Si, la que demolieron para hacer una estación de servicio y terminó siendo pub, de la mano de un amigo. Cualquier alusión asociada al problema educativo de nuestro país corre por tu cuenta.


Pero volviendo a las manecillas del reloj, que en mi carácter de mollera dura (semblante de mi personalidad que aún conservo), no aprendía la hora por más que me lo proponía. Buscando la solución alternativa, fui a dar con los oídos atentos de mi madre. Le propuse un subterfugio que se me había ocurrido para el caso de que nunca pudiera aprender la hora.


- Por qué en vez de manecillas no le ponemos números a ese odioso aparato que llaman reloj? Si son las cinco y veinticinco por qué no poner 5:25 y me libero del trauma. Mi madre con el tino y la paciencia de una mujer de los años 60 me dijo:

- Buena idea hijo, pero mientras lo inventas ponete a estudiar la hora porque lo que no se aprende jamás enciende.


Con dos o tres salidas menos al campito terminé leyendo la hora, pero me perdí del negocio fantástico que resultó algunos años más tarde el reloj digital. Supongo que no debí ser el único al que le robaron una idea ocurrente, te propongo que mandes la tuya al email elocurrentecolectivo@gmail.com , y si es tu voluntad la publicamos en http://www.diariojunin.com .


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