En el siglo XIX, el mundo entero se maravilló con una pareja que desafiaba lo imaginable. No por escándalos ni por títulos nobiliarios, sino por su sola presencia.
Anna medía 2,41 metros.
Martin, 2,32.
Fueron —y aún son— la pareja más alta registrada en la historia. Pero detrás de esas cifras vivía una historia de humanidad y ternura que el tiempo no ha olvidado.
Anna Haining Bates nació en una granja de Nueva Escocia. A los 15 años, ya medía dos metros. Nunca dejó de crecer, ni tampoco de soñar.
Martin Van Buren Bates, veterano de la Guerra Civil estadounidense, recorría los Estados Unidos como figura pública debido a su extraordinaria estatura.
Se conocieron en un espectáculo de rarezas, donde el destino, entre multitudes y luces de feria, los hizo coincidir. Podrían haber sido exhibidos como simple atracción… pero se convirtieron en leyenda.
Se enamoraron, se casaron y construyeron una vida juntos. Incluso mandaron a construir una casa con techos más altos que cualquier otra.
Donde otros veían diferencia, ellos construyeron hogar.
Y su amor fue más grande que cualquier récord.