El hallazgo de restos humanos en una casa del barrio porteño
de Coghlan, propiedad de la artista y hermana del actor Boy Olmi y que le había arrendado Gustavo Cerati en el 2000 y
por un breve período de tiempo, generó conmoción en todo el país.
No pasó demasiado tiempo para descartar que los mencionados
hubieran tenido alguna relación con lo que se presumía estaba relacionado con
un homicidio.
Pero fue necesaria la intervención judicial y del Equipo Argentino de Antropología Forense –de prestigio
internacional-, para desentrañar lo sucedido e identificar a quién habían pertenecido los restos humanos
enterrados a 60 cms. de profundidad.
CRONOLOGÍA
El pasado 20 de mayo, obreros que
realizaban trabajos en una vivienda de la avenida Congreso al 3700, en el
barrio porteño de Coghlan, hicieron un descubrimiento inquietante. Al
derrumbarse parte del terreno lindero a una medianera, apareció una fosa con
restos humanos. En ese lugar había vivido años atrás el músico Gustavo Cerati.
A las 16:15, llegó al lugar el
Gabinete Científico de la Policía de la Ciudad.
A las 20:20, los peritos terminaron
su tarea inicial: inspección ocular, relevamiento fotográfico, plano,
recolección de elementos y preservación del sitio.
Los investigadores se llevaron seis
sobres bajo cadena de custodia. En ellos había 151 fragmentos óseos, partes de
cráneo, costillas, mandíbula, piezas dentales, clavícula, escápula y fragmentos
de fémur y tibia. También encontraron restos de ropa, una media con huesos, un
reloj con la inscripción “Casio”, una llave, un llavero naranja, un trozo de
calzado y un dije con inscripciones en idioma oriental. Todos esos objetos
sugerían que el crimen ocurrió décadas atrás, probablemente en los años 80.
La causa quedó a cargo del fiscal
Martín López Perrando, quien solicitó la intervención del Equipo Argentino de
Antropología Forense.
El organismo comenzó el análisis en
laboratorio. Determinaron que se trataba de un varón de entre 15 y 19 años. El
cuerpo presentaba una herida cortopunzante en la zona de las costillas y cortes
en el fémur izquierdo, indicios que podrían vincularse al momento de la muerte
o a maniobras posteriores.
El equipo forense logró extraer ADN,
pero al inicio no tenían con quién compararlo. Tiempo después, un hombre se
comunicó con los investigadores al relacionar el hallazgo con la desaparición
de su tío, un adolescente de 16 años que había desaparecido en 1984 en el
barrio de Belgrano.
La madre del joven accedió a dar una
muestra genética. El cotejo fue positivo: los restos pertenecían a Diego,
buscado por su familia desde hacía 41 años.
Luis Fondebrider, fundador y ex
director del reconocido equipo de antropólogos explicó el proceso técnico detrás de una
identificación tan compleja. “La escena es un momento congelado en el tiempo.
Puede durar horas o décadas. Hay que recuperarla con cuidado para no perder
información clave”, dijo. Señaló que, en este caso, los restos estaban
parcialmente inhumados, por lo que fue fundamental el trabajo de arqueólogos
forenses para recuperar huesos y objetos sin alterar el contexto.
Según Fondebrider, “un esqueleto
tiene 206 huesos que se analizan uno por uno. Primero se hace radiografía,
limpieza, secado, toma de muestras y luego el armado anatómico”. El objetivo es
establecer sexo, edad, estatura, enfermedades, lesiones y características
particulares que permitan reducir el universo de posibles víctimas. “Necesito
más cosas que me achiquen las posibilidades”, agregó. Por eso, el paso clave
fue la entrevista con la familia y la obtención de información ante mortem.
También detalló que no siempre es
posible extraer ADN. “Puede estar degradado, contaminado o destruido por el
fuego o el suelo. No siempre se obtienen resultados”, advirtió. Aun así, en
este caso se logró un perfil genético útil. El resultado fue contundente: el
cuerpo era el de Diego, desaparecido desde 1984.
“La antropología forense no es magia,
es ciencia. Y aunque tiene límites, en ocasiones permite que la verdad no huya,
incluso después de 41 años”, concluyó Fondebrider. Así, la ciencia logró darle
identidad a un cuerpo olvidado y cerrar un duelo que llevaba más de cuatro
décadas.