Muchos recuerdan a Nadia Com?neci.
Pocos recuerdan a la joven que la venció.
En 1978, en Estrasburgo, una gimnasta soviética deslumbró al mundo: Elena Mukhina. Tenía 18 años y un talento indiscutible. Superó a Com?neci, ganó el campeonato mundial y creó un movimiento propio: el salto Mukhina, aún hoy clasificado con la máxima dificultad.
Los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 la esperaban.
Pero en 1979, Elena se fracturó el tobillo. Fue una lesión seria. Los médicos recomendaron que se retirara del deporte. Su entrenador, Mijaíl Klimenko, no lo permitió.
La presionó. La forzó a entrenar antes de tiempo. Le dijo que las campeonas no se rompen el cuello.
Dos semanas antes de los Juegos, intentó el salto Thomas, una maniobra peligrosísima. Cayó sobre su barbilla. Se fracturó la columna cervical.
Elena quedó paralizada del cuello hacia abajo. Tenía solo 20 años.
La noticia se ocultó. Pasaron casi dos años hasta que un periodista llamó a su puerta para entregarle una medalla honorífica. Le abrió una joven en silla de ruedas.
Era ella.
Décadas después, Elena rompió el silencio. Contó cómo la obligaron a entrenar lesionada, a quitarse el yeso. Ella lo dijo con claridad: no quería hacer ese salto.
Pero nadie la escuchó.
Y así, la atleta que pudo ser leyenda, se convirtió en mártir de una ambición que no fue suya.