TOWNSVILLE.— El silbato final no fue el final, fue el golpe. Los Pumas se quedaron inmóviles, mirando el vacío, con el eco de 28.000 voces australianas celebrando un robo in extremis. Habían tenido la victoria en las manos, la habían sentido, y en un suspiro, se les esfumó. El Queensland Country Bank Stadium fue testigo de una de las derrotas más crueles de la era Contepomi, un 28-24 que no fue solo un revés en el marcador, sino un puñalazo a las ilusiones de un campeonato que se escapó para siempre.
El partido fue un espejo de dos caras diametralmente opuestas. La primera mitad fue de manual argentino: disciplina férrea, patada precisa de Santiago Carreras, supremacía en el contacto y una contundencia que se tradujo en un contundente 21-7. Los Pumas no solo ganaban, sino que convencían. Parecían dueños del partido, ejecutando un plan que ahogaba a los Wallabies.
Pero el partido de rugby tiene dos actos. Y el segundo fue una pesadilla. Australia salió con otra actitud, otra ferocidad. A los seis minutos, Joseph-Aukuso Sua’ali’i recortó distancias. La tormenta se avecinaba. El punto de inflexión absoluto llegó en el minuto 21 del complemento. Mateo Carreras, por un offside, vio la amarilla. Diez minutos con uno menos. Fue la grieta por donde se coló la esperanza australiana. Aprovecharon la superioridad numérica al instante: mismo jugador, Sua’ali’i, mismo resultado: try y conversión para empatar en 21-21.
Aun así, con carácter, Los Pumas, ya con Carreras de vuelta, lograron reponerse. A dos minutos del final, el pie certero de Juan Cruz Mallía conectó un penal para poner el 24-21. La victoria, otra vez, estaba ahí, a un suspiro de distancia. Pero Australia, en lugar de patear al palo para empatar, fue por todo. Optó por un line-out, por la gloria completa.
Lo que vino después fue un martilleo constante, un ataque tras otro sobre la línea argentina. La defensa albiceleste, heroicamente, aguantó la primera embestida, la segunda, la tercera. Pero en tiempo adicional, la ola fue imparable. El piloto Angus Bell encontró un hueco ínfimo y se abrazó al try del triunfo. La conversión posterior fue el mero trámite para el 28-24 definitivo. El silencio del plantel argentino fue elocuente.
La autocrítica: "El que lo quiso más, lo tuvo"
Felipe Contepomi, con el rostro descompuesto y la voz grave, no buscó excusas. Su análisis fue un dardo directo a la conciencia de su equipo. "Es difícil en caliente, pero creo que habrá mucho para aprender. En el segundo tiempo cometimos muchos errores individuales y colectivos. Felicitaciones a Australia, lo fueron a buscar, lo quisieron más que nosotros y a veces en el rugby se resuelve con cosas muy simples: el que quiere más, lo tiene", sentenció, con una dureza inusual.
El estratega fue contundente al señalar la responsabilidad individual: "Estás ganando un partido y lo perdés faltando un minuto, cómo no va a doler. Hubo errores que nos cuestan muy caro. Hay que entender la responsabilidad individual para entender lo colectivo".
Juan Cruz Mallía, uno de los figures, amplió el lamento: "Va a ser una derrota difícil de digerir. En el primer tiempo hicimos lo que habíamos preparado, en el segundo nos desprendimos mucho de la pelota. Tuvimos muchos errores individuales evitables que son los que tenemos que corregir para crecer".
Las consecuencias: El título se aleja
La tabla de posiciones ahora pinta una realidad fría y concreta. Nueva Zelanda lidera con 10 puntos tras vencer a Sudáfrica. Australia, con esta victoria agónica, escala al segundo lugar con 9. Argentina y Sudáfrica comparten el tercer escalón con 5 puntos, condenados a pelear por el honor, pero fuera de la pelea por la corona.
El camino no se detiene. La herida de Townsville debe cerrarse rápido. El próximo sábado 13 de septiembre, otra vez en suelo australiano, en el Sydney Football Stadium, Los Pumas tendrán la chance de la redención. Pero esta derrota, esta forma de perder, dejará una huella que va más allá de un punto en la tabla. Es una lección dolorosa sobre los 80 minutos y el precio de un minuto de desconcentración