En 1803, el pequeño pueblo de Hammersmith, a las afueras de Londres, se sumió en el pánico. Durante varias noches, vecinos aseguraron haber visto una figura espectral rondando el cementerio: alta, envuelta en un sudario blanco, con un rostro sin rasgos, casi luminoso. Algunos afirmaban haber enfermado tras encontrarse con ella. Una mujer fue hallada inconsciente, diciendo haber sentido unas manos heladas aferrándola en la oscuridad.
El miedo se volvió insoportable. Grupos de hombres armados comenzaron a patrullar las calles para cazar al supuesto fantasma. La noche del 3 de enero de 1804, Francis Smith, un oficial de aduanas voluntario, vio emerger una figura blanca de la penumbra. Convencido de que tenía frente a él al espectro que aterrorizaba al pueblo, levantó su rifle y disparó.
No era un fantasma.
Era Thomas Millwood, un albañil que, como siempre, vestía su ropa de trabajo completamente blanca. Murió al instante.
Smith fue llevado a juicio y la defensa alegó que había actuado dominado por el terror, creyendo enfrentar una aparición. Pero el tribunal lo condenó por homicidio. El caso causó gran revuelo: ¿podía alguien ser considerado culpable de asesinato si creía luchar contra lo sobrenatural? Finalmente, el rey Jorge III conmutó la pena de muerte por un año de trabajos forzados.
Lo más inquietante fue que, tras la muerte de Millwood, los avistamientos del espectro cesaron por completo. Algunos dijeron que todo había sido obra de un vecino disfrazado con una sábana para asustar, pero había testigos de encuentros previos que no encajaban en esa explicación.
El caso Hammersmith pasó a la historia no solo como una tragedia marcada por la superstición, sino como un precedente en la justicia inglesa: la primera vez que un tribunal tuvo que decidir si el miedo a lo sobrenatural podía influir en la culpabilidad de un crimen.
Y en el pueblo, todavía hoy, hay quienes aseguran que en las noches más frías puede oírse un susurro entre las lápidas y ver una sombra blanca desaparecer en silencio.
Fuente: Datos históricos