El silencio en la Casa Amarilla es más elocuente que cualquier discurso. Con la partida de Miguel Ángel Russo, Boca Juniors no solo perdió a su director técnico; perdió un bastión, un hombre que, incluso en su lecho de enfermo, seguía trazando el rumbo. El futuro inmediato del club, sin embargo, no quedó a la deriva. Quedó en manos de los hombres que él eligió para que lo acompañaran en lo que intuía sería su última y épica batalla.
Claudio Úbeda, su mano derecha, será el conductor formal en este tramo final del torneo. Juvenal Rodríguez, el asistente colombiano que fue su confidente, será el puente emocional y táctico con las ideas del maestro. La decisión, confirmada por el propio Rodríguez, tiene la contundencia de un testamento deportivo. No es un simple parche hasta que la dirigencia, una vez concluida la temporada, evalúe el rumbo. Es la misión de custodiar un legado.
En las confesiones de Rodríguez emerge el retrato de un Russo hercúleo, dueño de una claridad mental sobrecogedora. “Él nunca demostró dolor”, revela su asistente, dibujando la imagen de un hombre que se resistía a claudicar. Su cuerpo le fallaba, pero no su voluntad. “Yo hablo con el Chelo”, le decía a un Rodríguez angustiado que le preguntaba sobre el futuro, manteniendo la serenidad hasta en el momento más crítico. La revelación más íntima, sin embargo, es un deseo que se convierte en mandato: “Él quería terminar siendo el técnico de Boca Juniors. No tengo dudas”.
Esa determinación se proyectaba más allá del dolor. En una anécdota que hoy parece profética, Rodríguez recuerda un viaje por la ruta a Rosario, hace ocho meses. Russo, con la mirada en el horizonte, le confesó cuál era su próximo destino: “Vamos a dirigir a Boca en el Mundial de Clubes”. “Así lo tenía de super claro, Miguel era así, veía cosas donde otro no las veía”, amplía su colaborador. Esa visión, ese sueño de gloria internacional, es la bandera que ahora debe levantar el equipo.
El equipo, que atraviesa uno de los momentos más sensibles de los últimos años, deberá encontrar en este dolor una razón para empujar. Actualmente tercero en su grupo de la Liga Profesional y con un lugar en la próxima Copa Libertadores casi asegurado, la misión es honrar al hombre que no quiso abandonar su puesto. Que se resistía a dejar los entrenamientos, que viajaba contra todo pronóstico, y que decidió que sus últimos días los pasaría en su casa, no en un hospital, como un capitán que elige el puente de mando para su viaje final.
El primer partido de esta nueva y emotiva etapa será el sábado 18 de octubre, ante Belgrano en La Bombonera. Un estadio que, más que nunca, no será una simple tribuna. Será un santuario donde se le rendirá el primer homenaje masivo al Titán que se fue. Allí, en el césped sagrado, Úbeda y Rodríguez no dirigirán solos. Lo harán con la sombra protectora y la terquedad visionaria de Miguel Ángel Russo, el técnico que se negó a irse y cuyo último deseo fue morir, literalmente, con la camiseta de Boca puesta