
El lugar donde se forjan los sueños y se pulsa el futuro de Boca Juniors pronto llevará el nombre de quien forjó su época más gloriosa. Lejos de las propuestas efímeras de las redes sociales, la decisión sobre el destino del "Boca Predio" ya está tomada en el círculo más íntimo del presidente Juan Román Riquelme. El complejo de Ezeiza, el corazón del día a día del club, se llamará "Carlos Bianchi", un homenaje que trasciende los títulos para tocar el alma misma de la identidad xeneize.
La idea no es un simple cambio de carteles. Es la culminación de un proyecto de modernización que Riquelme sigue con obsesión. Mientras se ultiman los detalles de las obras que llevarán al predio a su máximo esplendor, la cabeza del mandatario ya visualiza el momento de cortar el listón junto al Virrey. Un evento que se planifica con la meticulosidad que caracteriza a Román, para cuando las nuevas canchas sintéticas –una de ellas techada–, la confitería y el comedor para los juveniles estén terminados.
Pero la obra maestra, la que persigue la visión de equiparar a Boca con los gigantes del mundo, es la construcción de un hotel de 100 plazas dividido para el plantel profesional y la Reserva. Una solución de fondo a un problema logístico que quema dinero en cada temporada alta y un lujo que los principales clubes del planeta ya tienen. La salud económica del club permite soñar en grande, y hasta la Conmebol ha extendido una mano para financiar la iniciativa, una oferta que se analiza con la seriedad que merece.
Este tributo no es un capricho, es un acto de justicia futbolística. En cada discurso, en cada micrófono abierto, Riquelme ha dejado en claro su devoción por Bianchi. Lo hizo en su propia despedida, frente a una Bombonera en éxtasis, declarándolo "culpable" de que una generación entera creyera que ganar la Libertadores era algo natural. Esa admiración se sostiene en un contacto fluido, mensual, a veces semanal, que mantiene viva la llama de una relación que trasciende lo profesional.
Bautizar el predio con el nombre de Bianchi es más que honrar al técnico que conquistó tres Libertadores y dos Intercontinentales. Es inmortalizar en el lugar de trabajo la filosofía del hombre que enseñó a Boca a competir, a ganar y a sentirse invencible. Así como su estatua vigila La Bombonera, su nombre presidirá desde Ezeiza el futuro, un recordatorio eterno de que la grandeza, para Boca, debe ser el único horizonte