
El ambiente es espeso en la Fórmula 1. El humo de la pólvora de los motores no logra ocultar el olor a escándalo que emana de la escudería de Woking. Mientras Lando Norris se afianza en la cima del mundial, su compañero, Oscar Piastri, parece luchar contra una fuerza invisible que frena su monoplaza y enturbia su título. La pregunta, susurrada en los paddocks y gritada en las redes sociales, es inevitable: ¿McLaren está frenando deliberadamente al australiano para allanarle el camino al británico?
La temporada 2025 se define en un duelo de dos caras, pero dentro del mismo garage. Norris, con su carisma y su marketing impecable, lidera la danza con apenas un punto de ventaja sobre Piastri. Sin embargo, ese tenue margen esconde una grieta profunda. La segunda mitad del año pintó un cuadro sospechoso: el rendimiento del australiano, antes arrollador, se desvaneció de forma inexplicable. Donde había ritmo, ahora hay dudas. Donde había victorias al alcance, ahora hay órdenes de equipo que resuenan como una condena.
En este caldo de cultivo, la voz de Bernie Ecclestone, el viejo zorro de la F1, sonó como un trueno. Sin ambages, acusó a McLaren de "ralentizar a Oscar Piastri usando diversos métodos". Para el ex mandamás, la ecuación es simple y cruda: Norris tiene más carisma, más cualidades de marketing y mayor exposición. Es el producto que la escudería prefiere vender al mundo. "Piastri está cansado de las ‘papaya rules’. Está frustrado porque ya no puede ganar carreras con tanta facilidad", sentenció, pintando el retrato de un piloto desmoralizado, víctima de un sistema que ya no lo acompaña.
El fantasma del favoritismo no es nuevo. Ya en Monza, la orden de ceder posición a Norris tras un error en pits encendió la mecha. Lo que entonces era un malestar sordo, hoy es una teoría conspirativa con nombre y apellido. McLaren, campeona de constructores, se encuentra en la incómoda posición de tener que gestionar no una, sino dos batallas: la externa contra un Max Verstappen que acecha a 36 puntos, hambriento y subestimado por los pronósticos; y la interna, una guerra de percepciones que amenaza con carcomer su credibilidad.
Mientras, Verstappen, desde su tercer lugar, observa con la frialdad de un depredador. Ecclestone, en su rol de oráculo, ya ha dictado sentencia: "Creo que Max lo volverá a hacer de nuevo y ganará el título". Para el holandés, la pelea en McLaren es un regalo envenenado, una distracción perfecta para lanzar su ataque final.
El circo de la F1 se traslada a Brasil, con un pronóstico de lluvias que promete caos. En el asfalto resbaladizo de Interlagos, las habilidades de los pilotos brillarán o se apagarán. Pero la carrera más importante, la que definirá el verdadero espíritu de McLaren, no se libra en la pista. Se libra en la sombra, entre susurros, acusaciones y la pesada carga de demostrar que la gloria, cuando llega manchada por la duda, sabe a muy poco