
Se mueve con una discreción que delata su poder. Lleva una credencial vitalicia colgada del cuello, un pase dorado que es la envidia de cualquier jefe de equipo. Viste su uniforme invariable: campera y pantalón negro, camisa blanca. La barba candado, ya canosa, le da un aire de patriarca. A sus 95 años, Bernie Ecclestone, el arquitecto de la Fórmula 1 moderna, es una aparición en el bullicioso autódromo de Interlagos. La mayoría pasa a su lado sin reconocerlo. Él prefiere eso.
Nacido en la humildad de un pueblo inglés, hijo de un pescador, forjó su carácter en la Europa devastada por la guerra. Abandonó la escuela, trabajó en una fábrica de gas y, con los ahorros para una moto, fundó su primera empresa. El negocio era la venta de autos, pero su obsesión era la velocidad. Un intento como piloto de Fórmula 3 terminó con su Cooper volando por los aires en Brands Hatch. Ese accidente le salvó la vida y le mostró su verdadero camino: no se nace para ser un dios del volante, se nace para manejarlos a todos.
Desde la compra del equipo Connaught en 1957 hasta la creación de su imperio, la Fórmula One Management (FOM), Ecclestone tejió su leyenda con astucia y una mano de hierro. Junto a Max Mosley, libró y ganó la guerra comercial contra la FIA, centralizando los billonarios derechos televisivos y transformando un circo de aficionados en el espectáculo global de hoy.
Ahora, como Presidente Honorífico, mira el circo que construyó con una mezcla de nostalgia y escepticismo.
—Claro que extraño el paddock —admite, sin perder de vista su teléfono—. Cuando uno está acostumbrado a algo y lo pierde, es raro.
Su análisis de la F1 actual es lapidario en su pragmatismo. “Ha cambiado mucho. Algunas cosas han mejorado, otras no tanto. Quizás todo sea mejor ahora. Las cosas siguen yendo bien”. Pero hay un exceso que no tolera: “Hay muchas más carreras ahora. Demasiadas, en mi opinión”. Es el reproche de un viejo capo que ve cómo diluyen su producto.
Sobre la revolución técnica del año próximo, no duda: “Los equipos no saben si van a construir ‘el mejor auto’. Creo que va a ser importante quién desarrolle el mejor motor. Eso hará la diferencia”.
En su mirada, sin embargo, brilla un destello de interés genuino cuando el nombre surge: Franco Colapinto. El inglés no solo lo recuerda, sino que fue un artífice clave en su llegada a Alpine. “Yo pensaba que iba a estar en el equipo adecuado, donde está ahora. Es muy talentoso. Se lo nota con mucha dedicación y compromiso”. Pero, como un jugador de ajedrez, pide paciencia: “Tendremos que esperar a ver qué pasa. Estas cosas son nuevas, así que tendremos que esperar a ver cuánto tarda en adaptarse y destacarse”.
Su vínculo con la Argentina es parte de su historia íntima. Fue él quien abrió las puertas de Brabham a un joven Carlos Reutemann, un “viejo amigo” que llegó con el respaldo de patrocinadores estatales. Aquella apuesta le reportó millones y forjó una leyenda sudamericana.
Hoy, su ancla en el presente es Fabiana Flosi, su esposa, 46 años menor, Vicepresidenta de la FIA para Sudamérica y madre de su hijo. Con ella a su lado, su caminata por los boxes continúa. Bernie Ecclestone ya no firma los cheques ni decide el destino de los Grandes Premios. Pero su sombra, larga e indeleble, todavía se proyecta sobre cada curva, cada negocio y cada carrera. El fantasma que construyó la catedral nunca la abandona del todo