
“No sé nada de coches. No sirvo para nada más que para apoyar a alguien”. Con esa autodefinición contundente, Magui Corceiro intenta desarmar la bomba que estalló en el mundo de la Fórmula 1. La modelo e influencer, de 23 años, se encuentra en el ojo de un huracán mediático que cuestiona el lugar que ocupan las parejas de los pilotos en las transmisiones televisivas.
La polémica se encendió con el malestar explícito de Carlos Sainz. Tras una remontada heroica en Singapur, del puesto 18 al 10, el piloto español se quejó amargamente: las cámaras prefirieron enfocar a su novia, Rebecca Donaldson, y a la propia Corceiro, en lugar de mostrar sus maniobras o la persecución de Fernando Alonso a Lewis Hamilton. “Para mí, se exceden un poco mostrando a las celebridades y novias”, sentenció Sainz, cuyo reclamo encontró un eco inmediato en Alonso, quien ironizó en sus redes sobre la necesidad de priorizar la emoción de la pista.
Pero la mecha ya estaba prendida. La indignación de los seguidores, que inundaron las redes sociales reclamando por las imágenes perdidas, forzó a la organización a salir al cruce. Liberty Media, la empresa dueña del campeonato, emitió un comunicado defendiendo su trabajo: asegura que nunca se compromete la cobertura de la carrera y que el contexto de las tribunas y los invitados es parte del espectáculo.
Sin embargo, el mensaje corporativo choca contra una realidad innegable. La F1 ya no es sólo un deporte; es un gigantesco show de entretenimiento. El fenómeno "Drive to Survive" y el poder de las redes sociales han convertido a las parejas de los pilotos en figuras de culto. Magui Corceiro, con sus millones de seguidores, es un producto de esta nueva era. “No llamo a las cámaras. Si me graban, me graban. Si no, no importa”, afirma, deslizando que su presencia es pasiva, una consecuencia natural del espectáculo global.
Mientras los puristas claman por el regreso del foco absoluto en el asfalto, la industria avanza en la dirección opuesta. La tensión está servida: en una esquina, la esencia deportiva; en la otra, el negocio del espectáculo. Y en el medio, las cámaras, que deben decidir en cada curva si mostrar el drama de un adelantamiento o el rostro de quien mira desde la tribuna