
El sol se pone sobre Lille, pero la sombra de un genio caprichoso se proyecta larga sobre la Canarinha. En la previa de un amistoso contra Túnez, Carlo Ancelotti, con la flema de un estratega que tiene el destino de un país en sus manos, trazó la línea. No fue una invitación, fue un ultimátum. Neymar Jr., el niño de oro que se convirtió en un enigma médico, sigue en la lista, pero está en libertad condicional. Tiene seis meses. Seis meses para demostrar que su cuerpo maltrecho y su intensidad abandonada pueden soportar el peso de la mayor ambición de Brasil.
La conferencia de prensa del técnico italiano fue una masterclass en gestión de egos y expectativas. Con cada palabra medida, Ancelotti desarmó la épica romántica del regreso y la reemplazó con el frío lenguaje de la eficiencia. “No voy a llevar a un jugador que carezca de intensidad para todo el Mundial, de ninguna manera”, había sentenciado semanas atrás. Hoy, aunque abrió la puerta, dejó claro que el umbral es alto. “Le observaremos, como a otros”, dijo, equiparando al astro más caro del mundo con cualquier otro candidato. El mensaje es claro: el nombre ya no pesa, pesan los hechos.
Mientras Neymar intenta recomponer su magia en el Santos, lejos de los focos más cruentos de Europa, la máquina de Ancelotti avanza. La victoria ante Senegal en Londres mostró un equipo en construcción, con virtudes y un vacío evidente: la ausencia de un nueve de raza, un referente en el área. “Tenemos tiempo para encontrar un delantero referente”, señaló el DT, en una declaración que resonó como una advertencia para todos, incluido Neymar. En este nuevo Brasil, no hay lugares sagrados.
Ancelotti no solo piensa en Neymar. Su mente analítica ya diseña el rompecabezas táctico. Elogió la actitud defensiva de sus delanteros contra Senegal, pero advirtió sobre la necesidad de alternativas. Habló de cambios frente a Túnez, de gestionar físicos, y dejó caer un nombre que suena a futuro: Luciano Juba, el lateral de Bahía, la posible sorpresa. Es el retrato de un proceso que avanza sin nostalgia, donde el talento debe ir de la mano del sacrificio.
El reloj, ahora, corre en contra de Neymar. Seis meses para resucitar su jerarquía, para demostrar que su frágil físico puede aguantar el ritmo de una exigencia máxima. Seis meses para convencer al pragmático Ancelotti de que vale la pena apostar por el último acto de un virtuoso. La Canarinha de Ancelotti no espera. Solo exige. Y Neymar, en el crepúsculo de su carrera, juega el partido más importante de su vida. No en un estadio, sino en cada entrenamiento, en cada rehabilitación. Su sueño mundialista pende de un hilo, y del lado opuesto, tirando con la calma de quien tiene todas las opciones, está el italiano. La última oportunidad ya comenzó