03/12/2025  -  Deportes
El día que Maradona dinamitó el sorteo de Rusia 2018: la bomba en el escenario que marcó el caos argentino
En el palacio del Kremlin, entre el protocolo y las sonrisas forzadas, el Diez lanzó un misil sobre Sampaoli que anticipó el desastre mundialista. El cruce que nadie recuerda pero que encapsuló una era de fracturas, enredos políticos y un camino tortuoso que, cuatro años después, desembocaría en la gloria de Qatar.

La alfombra roja del Kremlin estaba tendida para el ciruito más elegante del fútbol. Era diciembre de 2017 y el mundo miraba las bolillas del sorteo para el Mundial de Rusia. Trajes negros, vestidos de gala, sonrisas protocolares. Hasta que el caos, con la forma de un hombre de traje y moño amarillo, irrumpió desde el escenario. Diego Armando Maradona, frente a las cámaras de todo el planeta, soltó la frase que convirtió una gala burocrática en el preludio público de una debacle: “Argentina tiene que pasar de ronda, porque el grupo es accesible y porque tiene que mejorar. No puede jugar tan mal como lo está haciendo”.

El misil estaba dirigido a Jorge Sampaoli, sentado entre el público, quien minutos después devolvería el golpe elevando a Lionel Messi como “el mejor de la historia”. Pero el duelo personal, esa chispa que incendió la pradera, era sólo la punta visible de un iceberg de desconfianzas, traiciones percibidas y desprecio futbolístico que Maradona cultivaba hacia el técnico hacía años.

La bomba no fue un arrebato casual. Era la explosión calculada de un rencor que venía hirviendo. Maradona ya lo consideraba un “vendehumo” desde que Sampaoli coqueteó con la dirección de Boca Juniors en 2016 (“No podría ser técnico de Boca, soy hincha de River”, diría después el propio Sampaoli, sin convencer al Diez). Lo acusaba de una traición personal: una promesa incumplida de un homenaje en Sevilla. Y, sobre todo, le ardía que bajo su mando la Selección hubiera perdido el miedo que él tanto costó infundir. “Le tirás la pelota y la devuelve con la mano”, lo fustigaría después, bautizándolo con sorna “el ajedrecista”.

El sorteo fue el teatro perfecto. Maradona ya había protagonizado la previa, negándose a un encuentro matutino con Vladimir Putin (“¿Qué hacés, Putin? Sos re-putín… pero me tengo que levantar a las 9:30 y yo a esa hora no me levanto”). Luego, en el turno tarde, sí se presentó, haciendo de embajador festivo junto a Ronaldo. Pero su verdadero objetivo era otro.

Esa declaración en el escenario, al lado de un sonriente y perplejo Gary Lineker, no fue un comentario aislado. Fue el diagnóstico público de un cáncer que carcomía al equipo. El grupo –Islandia, Croacia, Nigeria– era “accesible”, pero la dirección técnica, a sus ojos, era un desastre. El golpe bajo resonó en la platea donde Sampaoli, con una sonrisa tensa, lo recibió como una bofetada.

Lo que siguió es historia conocida: el torpe paso por Rusia 2018, la temprana eliminación ante la futura campeona Francia, el vestuario fracturado y la sensación de un barco a la deriva. Pero la semilla del caos se mostró, a plena luz, meses antes en Moscú. En ese instante, entre el brillo de las bolillas y la formalidad de las etiquetas, Maradona hizo lo que mejor sabía hacer: romper el guión, señalar al emperador desnudo y convertir un acto mundial en una pelea de barrio. Fue el prólogo perfecto, dramático y profético, de un fracaso que, paradójicamente, allanaría el camino cuatro años después hacia el cielo de Lusail y la tercera estrella

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