
La postal final debería haber sido la de Belgrano de Arequito celebrando su título tras ganar 2-1 a Unión Deportiva Los Molinos. Pero el partido decisivo, ya tensionado por cuatro expulsiones (dos por equipo) decretadas por Merlos, explotó cuando el último pitazo no fue la señal del festejo, sino el detonante del caos. Hinchas del campeón invadieron el campo del Estadio Pablo Luna y el choque con jugadores y simpatizantes locales fue instantáneo. La furia, sin embargo, tenía un objetivo claro: el hombre del silbato.
El relato oficial es estremecedor en su frialdad: un grupo impidió la salida del árbitro. La situación escaló. La policía respondió con balas de goma, gases lacrimógenos y bastonazos. Pero el núcleo del horror ocurrió en el césped y los pasillos. Los efectivos debieron formar un cordón apretado alrededor de Merlos, quien, visiblemente conmocionado, avanzaba entre insultos y proyectiles lanzados desde las tribunas. No fue una escolta, fue una evacuación bajo fuego. El operativo, diseñado a medida, se extendió hasta fuera del estadio y alrededor de los vestuarios, donde los altercados persistían como un reguero de pólvora.
Mientras, el dolor se cuantificaba: agentes lesionados por pedradas, atendidos en el Samco local, con intenciones de denunciar en conjunto. Del otro lado, jugadores e hinchas locales denuncian una represión desmedida, con uso intensivo de gas pimienta y decenas de disparos de balas antitumulto. Algunos reportes incluso sitúan los primeros gases en el entretiempo, pintando un panorama de tensión creciente e inmanejable.
Para Andrés Merlos, árbitro de Primera División cuya última actuación fue en Racing-Tigre, este episodio se inscribe en un historial personal de conflictos de alta tensión, como su célebre cruce con la dirigencia de Talleres. Pero aquí no hubo presidentes enfurecidos, sino una multitud enardecida. Su desempeño, defendido por la transmisión televisiva como correcto ante "jugadas divididas", quedó absolutamente opacado por la imagen del hombre acorralado, cuya integridad física dependió de un cerco de uniformes.
La fiscalía ya revisa las cámaras para identificar responsables. Pero las detenciones brillan por su ausencia. Lo que sí queda, más allá de los vidrios rotos y los heridos, es la pregunta incómoda: ¿qué demonios arde en las bases del fútbol cuando la definición de un campeonato de liga regional puede convertirse en una batalla campal donde el árbitro necesita un ejército para salir con vida? El sueño del título se apagó entre gases lacrimógenos. El fútbol, una vez más, perdió por goleada