
La imagen ya es leyenda: un joven delgado, casi frágil, elevado sobre el alambrado, hundido en un mar de brazos, caras y gritos que lo sostienen, lo abrazan, lo devoran en un festejo colectivo. Exequiel Zeballos, el Changuito, no buscó ese cuadro. Se le vino encima, o más bien, se dejó llevar por él. "No estaba preparado, nada... Ni siquiera me acuerdo bien cómo fue", confiesa con una sinceridad que desarma, casi con pudor. Habla de ese gol a River, de su partido soñado, y hay en su voz la incredulidad de quien todavía está procesando el haber materializado, en una tarde, todas las fantasías de la infancia.
La charla transcurre pausada, lejos del bullicio. Zeballos reconstruye el camino, ese que la hinchada intuye y por el cual le profesa un cariño visceral. "Pienso que es por ser un jugador formado en el club. Y en una de esas porque la gente nota que yo estoy a gusto acá, disfruto de Boca". Habla del esfuerzo, de la paciencia, de las pruebas. Reconoce los momentos bajos, como el penal errado ante Estudiantes, y el abrazo salvador de los referentes en el vestuario: Paredes, Marchesín, Advíncula. Esa red interna que lo sostuvo.
Detrás del jugador emerge la persona. El pibe santiagueño que casi termina en Rosario Central, al que le decían "Pala" por emular a Palacio, y que terminó siendo el "Chango" para todos. Revela el origen casual de la vincha, un préstamo de un amigo en un picado, que ya es parte de su identidad. Habla de su fe, aprendida de sus padres: "Las cosas suceden por algo. Hay que ser paciente, saber esperar el momento".
El futuro, con sus rumores de mercados externos, lo encuentra sereno. "La verdad es que no lo sé. Como decía antes, las cosas suceden por algo. No hay que apurarse". Su presente está aquí, en cada entrenamiento en la Bombonera, en esa complicidad con Kevin Zenón, su compañero de cuarto ordenado, y en la picardía para definir al plantel: la elegancia de Paredes, el desastre sartorial de Javi García, la Play de Palacios.
Pero todo, inevitablemente, vuelve a aquella tarde de noviembre. A la foto que congela el instante perfecto en el que un jugador y su pueblo se fundieron en uno solo. Zeballos lo mira con la distancia de quien aún no termina de creerlo. Ese instante, ya eterno, es la prueba viviente de que a veces, la paciencia y el trabajo encuentran su recompensa en un solo abrazo multitudinario que lo cambia todo