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En agosto de 1890, el mundo fue testigo de un macabro avance tecnológico: la primera ejecución por silla eléctrica en una prisión de Auburn, Nueva York. Para muchos, fue un símbolo aterrador del poder moderno. Para otros, una muestra de progreso.
Miles de kilómetros al este, en las montañas de Abisinia (hoy Etiopía), el emperador Menelik II leyó sobre esta innovación con gran entusiasmo. Modernizar su imperio era una prioridad… y aquella silla eléctrica le pareció un signo de civilización avanzada. Ordenó tres.
Pero cuando las sillas llegaron, Menelik descubrió algo que nadie le había advertido: para funcionar, requerían electricidad. Y Abisinia no tenía redes eléctricas. No había corriente. Las sillas eran inútiles.
Cualquier otro habría sentido vergüenza o decepción. No Menelik.
El emperador, creativo e imperturbable, encontró otro destino para al menos una de ellas. La transformó en su trono imperial. Una silla eléctrica… sin electricidad. De castigo de muerte, a símbolo de poder.
Una paradoja gloriosa de la historia:
el trono más moderno… en el reino sin luz.
Fuente: Datos históricos