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El aire en las inmediaciones del Teatro San Carlos no se respiraba, se masticaba. Una tensión densa, palpable, precedía la llegada del presidente Javier Milei a esta ciudad, un microcosmos de la Argentina fracturada. Separados por vallas metálicas y un delgado cordón de policías que parecía más un símbolo que una contención efectiva, dos países se miraban con odio.
De un lado, una marea de camisetas celestes y banderas libertarias, esperando al mesías de la motosierra. Del otro, un conglomerado de organizaciones sociales, sindicales y políticas, con pancartas que gritaban “Basta de ajuste” y “Fuende la ANDIS”. El escenario nacional de presuntas coimas en la agencia de discapacidad que involucra a la hermana del Presidente, Karina Milei, no era un eco lejano; era el combustible que alimentaba la ira.
El preludio de lo que vendría lo protagonizó José Luis Espert. El diputado nacional, al llegar al lugar junto a candidatos locales, se convirtió en el blanco perfecto. A pocos metros, los insultos llovieron. “¡Vendepatria!”, “¡Ajustador!”. Espert, lejos de esquivar el conflicto, lo encaró. Con gestos provocativos y respuestas cortantes, alimentó la hoguera. La policía, desbordada, tuvo que formar un cerco humano alrededor suyo para protegerlo de una lluvia de piedras lanzadas desde la multitud enfurecida. Fue un intercambio brutal de gestos y proyectiles, un diálogo de sordos donde la única palabra entendible era la confrontación.
Dentro del teatro, a salvo de los proyectiles pero no de la polarización, el clima era de culto. Javier Milei, flanqueado por su hermana Karina y toda la plana mayor libertaria, subió al escenario entre vítores. Su discurso fue un misil dirigido al corazón de lo que él llama “la casta”.
“Si terminamos con el déficit de 123 años en un solo mes, qué nos va a hacer que jodan durante dos meses y se vayan definitivamente”, desafiò, en clara alusión a la resistencia que encuentra su gobierno. No hubo medias tintas: tildó a sus opositores de “roñosos kirchneristas” y de estar “disociados de la voluntad popular”. Pero en medio del guion preparado, una frase coloquial, lanzada al pasar, resonó con fuerza: “Están molestos porque les estamos afanando los choreos”. Una declaración que, desde la boca del Presidente, sonó a una?? de una puja por el control de recursos no siempre lícitos.
Karina Milei, en el ojo del huracán judicial, tomó el micrófono para solidarizarse con los militantes libertarios “brutalmente golpeados” y reforzar el mantra del acto: “Kirchnerismo, nunca más”. Un eslogan que, más allá de las palabras, se materializaba en las calles aledañas, donde militantes de La Libertad Avanza habían tapado carteles del peronismo local con pancartas con esa misma consigna.
Luego vino el turno de los candidatos. José Luis Espert, repuesto del altercado inicial, prometió aplicar la “motosierra a full” en la provincia de Buenos Aires, a la que describió como “el botín de la política y el financiamiento del maldito kirchnerismo”. Su prosa fue aún más lejos, acusando al kirchnerismo de “quemar la cabeza” a los jóvenes y de promover una cultura donde “estudiar es de estúpido”. Y luego, el golpe bajo: “No es lo mismo obtener una excelente calificación para probar que pasar de grado por decreto como ese enano comunista”, una clara y despectiva alusión a Axel Kicillof.
Sebastián Pareja, otro candidato, trazó la estrategia de campaña: “Si nos insultan, les tiramos besos. Si nos tiran piedras, les tiramos ideas”. Una retórica que contrastaba con las imágenes de piedras volando y gritos cruzados que habían teñido la tarde.
Mientras el acto transcurría adentro, afuera la protesta no cesaba. La paralización de una obra clave, el Paso Bajo Nivel, financiada con fondos nacionales y detenida por el gobierno actual, era el reclamo concreto que esgrimían los manifestantes. Un recordatorio de que, más allá de los slogans y las peleas ideológicas, hay comunidades esperando soluciones que la grieta política posterga.
La visita de Milei a Junín no fue un simple acto de campaña. Fue una radiografía perfecta de un país al borde del abismo. Un Presidente que se alimenta de la confrontación, una oposición que responde con furia callejera, y una ciudadanía atrapada en el medio, esperando que las piedras y los insultos den paso, alguna vez, a las ideas y las soluciones. El 7 de septiembre, la provincia de Buenos Aires dará su veredicto en las urnas. Pero hoy, en las calles de Junín, el veredicto fue de una división que parece insalvable.