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En un salón de San Isidro, con la pompa de los actos oficiales, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, desgranó números que pintan una gestión exitosa. Un nuevo récord histórico en la incautación de cocaína para el primer semestre de 2025, superando en un 6% el ya alto registro de 2024. Las drogas sintéticas subieron un 5% en secuestros y la marihuana un contundente 35%. El mensaje es claro: la máquina de guerra contra el narcotráfico está funcionando a pleno.
Los datos oficiales hablan de 15.000 procedimientos, un 16% más que el año pasado, y de un aumento del 27% en detenidos por operativos antidrogas. Bullrich lo define sin titubear: “menor nivel de impunidad”. Desde el pódium, destaca la efectividad de un trabajo coordinado entre fuerzas federales, provinciales, la justicia y las áreas de inteligencia. Menciona el “Plan Bandera – Rosario” como un estandarte de este éxito: una reducción del 66% en homicidios dolosos en 2024, miles de kilos de droga incautados y un golpe al corazón del crimen organizado en la ciudad santafesina.
La narrativa oficial se completa con el reconocimiento internacional: Argentina escala posiciones en el Global Peace Index y recibe la mejor clasificación para viajeros por parte de los Estados Unidos. La tasa de homicidios, aseguran, es ahora la más baja de América Latina. Un cuadro casi idílico de un país que doblega al monstruo del narco.
Pero fuera del salón climatizado, la realidad golpea con otra textura, más cruda y compleja. Mientras Bullrich hablaba de kilos y toneladas, en algún juzgado del conurbano dos adolescentes de 15 y 16 años eran acusados de integrar la “Banda del Millón”. Uno de ellos, apenas un niño, era buscado por un homicidio. Son la otra cara de una moneda que el discurso oficial no siempre muestra: el reclutamiento de menores, la violencia microscópica del narcomenudeo que envenena los barrios y que no siempre se mide en grandes cargamentos, sino en vidas truncadas.
Esta es la grieta de la droga en Argentina. Por un lado, la macro criminalidad, los contenedores, los pasos fronterizos como Orán, donde el “Plan Güemes” despliega operativos con cientos de detenidos. Por el otro, la micro criminalidad, las bandas que operan en las esquinas, que se alimentan de la adicción y la exclusión, y que encuentran en chicos sin futuro sus soldados más desechables.
El gobierno celebra una victoria numérica, innegable en su dimensión cuantitativa. Las fuerzas de seguridad están más activas, más coordinadas y están golpeando el tráfico como nunca antes. Pero la pregunta que flota en el aire, entre los titulares de los procedimientos y las noticias de adolescentes armados, es si se está ganando la guerra o sólo algunas batallas conspicuas. Si el récord en incautaciones significa menos droga en las calles o sólo un narcotráfico más eficiente que satura el mercado con más producto del que se puede secuestrar.
La ministra Bullrich puede mostrar gráficos alentadores. Pero la verdadera prueba no está en los papeles que presentó en San Isidro, sino en que historias como la de la “Banda del Millón” dejen de repetirse. El récord es un dato. La paz en los barrios, la meta