La despedida no podía ser de otra manera. No para él. No para Lionel Messi. En el templo de River Plate, colmado hasta la bandera, con el frío nocturno de Buenos Aires cortado por la calidez de un amor eterno, el mejor futbolista de todos los tiempos jugó su último partido oficial con la camiseta argentina en su país. Y, como solo los genios saben hacerlo, lo hizo a su modo: con una exhibición de clase, dos goles y una ovación que resonará por siempre en la memoria de todos los que estuvieron allí.

Desde el mismo momento en que asomó por el túnel, tomado de la mano de Thiago, Mateo y Ciro, la noche fue suya. Las lágrimas brotaron incluso antes de calentar. La cámara lo captó, frágil y conmovido, mientras el estadio coreaba su apellido con una fuerza atronadora. Solo la presencia de un balón a sus pies logró secar sus ojos y transformar la emoción en concentración. Ahí, en la cancha, es donde siempre encontró su refugio.

El Monumental se vistió de gala para el último baile. Banderas gigantes, siete bombos formando su apellido y la leyenda “Gracias por todo, mi capitán” colgando de la popular. Hasta Los Borrachos del Tablón, junto a sus bombos, sumaron su homenaje. El himno venezolano fue opacado por un coro unánime dedicado al 10: “Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar”.

Scaloni, en un guiño al futuro y al pasado, le dio la titularidad a Franco Mastantuono, la joya de 16 años que ya pertenece al Real Madrid. Fue él, junto a un brillante Julián Álvarez, quien motorizó la primera gran jugada. A los 39 minutos, una pincelada de tres dedos de Leandro Paredes encontró la corrida imparable del "Araña". En vez de definir, Álvarez eligió la generosidad: un pase cruzado para que Messi, con la sutileza que lo caracteriza, apenas la empujara a la red. El estadio estalló en un grito que fue también un agradecimiento.

El segundo tiempo fue una extensión de la fiesta. Lautaro Martínez, otro de los relevos, cabeceó el segundo tras un centro de Nico González. Pero la noche exigía un bis. Y llegó. A los 35 minutos, tras una jugada colectiva, un centro de Thiago Almada encontró a Messi solo frente al arco para empujar el 3-0 y su doblete personal. El Monumental enloqueció. El himno “Dale campeón” retumbó en Núñez, mezclando el presente glorioso con la nostalgia de la despedida.

Hasta un offside le negó un hat-trick en el epílogo, generando una bronca momentánea que se dirigió, cómo no, al árbitro chileno. Pero nada podía empañar la función. Al silbatazo final, luces estroboscópicas, fuegos artificiales y la vuelta olímpica de todo el equipo alrededor de su capitán. Sus compañeros lo abrazaron, lo alzaron y le cantaron a coro. Su madre, Celia, apareció en la pantalla gigante cantando entre lágrimas la misma canción de la gente.

La noche post-partido tuvo una visita de lujo: el mismísimo Charly García irrumpió en los vestuarios para fotografiarse con el 10, en una imagen que unió dos íconos absolutos de la argentinidad. “Que Dios te bendiga”, le dijo el músico a Messi, quien luego se despidió para siempre de este escenario en su auto, con Antonela a su lado.

Afuera, en las calles de Núñez, cientos de fans aún celebraban, lidiando con el frío y los taxistas oportunistas que quintuplicaban la tarifa. Pero nada importaba. Volvían a sus casas felices, con la victoria y el recuerdo imborrable de la última función del Rey en su tierra. Una función perfecta. Como solo él sabe dar.