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Martes, 9 Sept 2025
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El renacer de un nombre: la historia del segundo "Toto" en la historia argentina
Ocho décadas y media después de su primer y único registro, un niño de Río Negro lleva el nombre que rescató del olvido la creatividad de sus padres. Una historia que mezcla afectos, arte y una pizca de rebeldía.
Sábado, 06 de Septiembre del 2025 - 11:10 hs.
El renacer de un nombre: la historia del segundo "Toto" en la historia argentina

La elección de un nombre es el primer acto de identidad de una persona, un mapa de afectos, tradiciones y, a veces, de pura originalidad. En Argentina, donde los registros civiles son un termómetro de las modas y las raíces, existen nombres que rompen la estadística: aquellos que sólo fueron inscritos una única vez. Entre los 29.088 nombres únicos registrados entre 1925 y 2015, figuraba “Toto”, un nombre masculino de cuatro letras que había quedado congelado en el tiempo en 1937.

Hasta que 85 años después, en General Roca, Río Negro, nació Toto Epifanio Lorca.

Sus padres, Luciana Lorca y Ezequiel Epifanio, son artistas y docentes. El pacto era simple: si era nena, el nombre lo elegía ella; si era varón, él. Ezequiel tenía decidido “Homero”, pero a Luciana no le cerraba. En medio de la negociación, ella lanzó, casi en broma: “Bueno, que se llame Homero… pero yo le voy a decir ‘Toto’”. Para su sorpresa, a Ezequiel le encantó. Lo que iba a ser un apodo se transformó en el nombre legal.

La escena en el Registro Civil fue surreal. La empleada, incrédula, les preguntó una y otra vez si estaban seguros de inscribirlo solo como “Toto”, les sugirió un segundo nombre “por si al chico no le gustaba cuando creciera”. Pero la convicción de la pareja fue inquebrantable. “No, es Toto”, respondieron al unísono.

Lo que ignoraban en ese momento era que su hijo no era el primer Toto de la historia. El Registro Nacional de las Personas (RENAPER) tenía apenas un registro previo: Toto González, nacido en Misiones en 1937, hoy fallecido. Eso convierte a su pequeño en el único varón vivo en Argentina con ese nombre.

Las reacciones familiares no se hicieron esperar. La madre de Luciana no lo podía creer, le parecía un nombre “rarísimo”. Los amigos, en cambio, lo atribuyeron a su espíritu artístico: “Son artistas, siempre buscan lo inusual”.

Hoy, Toto tiene tres años y medio. Es un niño inquieto, simpático y travieso, con una personalidad que ya deslumbra. Es hincha de Boca y del Deportivo Roca, pero su particularidad más llamativa es que, con orgullo, grita “¡Viva Perón!” y canta la marcha peronista en el jardín de infantes o, incluso, en la sala de embarque de un aeropuerto. El curioso gusto surge de una playlist compartida que sus padres armaron para él.

El nombre “Toto” carga con un simbolismo inesperado. Lejos de ser solo un apodo cariñoso, en Italia es un diminutivo de Antonio o Salvatore; en algunas culturas africanas y polinesias significa “niño” o “pequeño”; y en varios contextos se lo asocia con la fuerza y el liderazgo.

La elección, aunque original, se enmarca en la legalidad argentina. La Ley de Nombre de las Personas prohíbe los nombres extravagantes, ridículos o que induzcan a confusión. “Toto”, breve y afectuoso, no viola ninguna norma. No tiene segundo nombre, pero lleva con orgullo los dos apellidos de sus padres.

La historia de Toto es más que la anécdota de un nombre curioso. Es un reflejo de cómo las identidades se construyen con una mezcla de herencia, afecto y la libertad de elegir, una vez más, ser únicos



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