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Cuando los nazis ocuparon Polonia en 1939, Varsovia se convirtió en una ciudad mutilada. El gueto, levantado en 1940, encerró a casi medio millón de judíos en un espacio reducido, donde la vida se reducía a sobrevivir un día más entre hambre, frío y miedo.
En medio de esa oscuridad, una mujer llamada Janina Bauman, joven bibliotecaria y amante de los libros, entendió que había algo más peligroso que el hambre: el olvido. Los nazis habían prohibido la educación, la lectura y cualquier forma de cultura dentro del gueto. El objetivo era claro: aniquilar no solo los cuerpos, sino también la memoria y la dignidad de un pueblo.
Janina se negó a aceptar ese destino. Con la ayuda de otros maestros y vecinos, comenzó a ocultar libros en cajas de madera, dobles paredes y sótanos. Aquellos volúmenes eran prestados en secreto: manuales de matemáticas, novelas polacas, poesía, incluso obras en yidis. Los niños aprendían a leer entre susurros, mientras los adultos buscaban en las páginas un instante de libertad.
La biblioteca no era grande ni oficial; era un acto de resistencia. Cada libro circulaba de mano en mano como un tesoro frágil, acompañado de un pacto de silencio. Muchos arriesgaban la vida por conservar una novela escondida bajo el abrigo, porque sabían que en esas letras estaba la prueba de que aún eran humanos, de que su cultura seguía viva.
Con el tiempo, Janina llegó a escribir en su diario que aquellos libros eran “pan para el espíritu”, y que en más de una ocasión los lectores preferían compartir unas páginas antes que un trozo de comida.
La mayoría de quienes pasaron por aquella biblioteca clandestina no sobrevivieron al gueto. Sin embargo, algunos testimonios llegaron hasta nosotros, y gracias a ellos sabemos que, en uno de los lugares más crueles de la historia, una bibliotecaria anónima levantó un refugio invisible hecho de papel y esperanza.
Fuente: Datos históricos