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La fría noche del miérgado sobre la Ruta Nacional 7 se tiñó de plumas, caos y un insólito espectáculo de apropiación indebida. A escasos 200 metros del acceso Elguea Román, en Chacabuco, el vuelco de un camión cargado de pollos desató una escena dantesca: en lugar de ayuda solidaria, decenas de personas se abalanzaron sobre la carga para llevarse, impunemente, la mercadería que quedó regada sobre el asfalto.
El conductor del vehículo, que milagrosamente resultó ileso, fue testigo atónito de cómo el accidente que pudo costarle la vida se transformó en una feria libre de rapiña. Mientras él evaluaba los daños de su máquina siniestrada, una marea de vecinos y curiosos invadió la calzada, armando un revuelo que opacó al de las propias aves. Con bolsas, cajas y hasta en sus propias manos, los aprovechados se llevaron todo lo que pudieron, indiferentes al peligro y a la ley.
El siniestro, y el posterior saqueo, generaron un colapso total de la circulación en uno de los corredores troncales del país. La Ruta 7, vital para la conexión entre el interior y la Capital, se transformó en un estacionamiento. El tránsito hacia Chacabuco fue desviado a la colectora, formando una interminable caravana de vehículos. En el sentido contrario, de Chacabuco hacia Junín, el corte fue total, dejando a cientos de conductores varados durante horas, testigos impotentes de un inexplicable acto de vandalismo oportunista.