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Parado en el paravalancha de la popular Norte, un territorio reservado históricamente para los capos, Cristian Iturbe mandó el mensaje más claro. Desafiaba todas las convenciones: la idea de una barra descabezada, la imposibilidad de ingresar sin los bonos de la dirigencia, el derecho de admisión que pesa sobre sus antiguos líderes. Conocido como “El Paraguayo”, Iturbe se subió al sitial y luego, en las redes sociales, lo dejó en claro: “La barra del Rojo la manejamos nosotros. Si prueban suerte vamos a guerrear”. Así se confirmó que Los Dueños de Avellaneda, a pesar de las causas judiciales, siguen siendo los propietarios de la tribuna. La dirigencia y la seguridad, una vez más, avalaron el régimen.
La figura de Iturbe no proviene de una historia grande en las gradas. Su ascenso es reciente y se construyó a la sombra del poder. Funcionó como guardaespaldas de Juan Ignacio Leczniki y, sobre todo, de Mario Nadalich, la cabeza visible de la barra desde 2017 y su compadre. Iturbe proviene de la Villa 21-24, feudo de Nadalich, donde opera una cascotera llamada “El Gringo”, un emporio de recolección y venta de escombros. En ese mundo, donde ser un “hombre pesado” requiere de gente leal, Iturbe comenzó a descollar. Puso sus brazos al servicio de los jefes y se ganó su confianza.
Cuando el escándalo de la Copa Sudamericana puso a Nadalich en la mira y la sucesión natural en sus hermanos se truncó –uno prófugo por tentativa de homicidio, el resto con derecho de admisión–, los capos debatieron a quién entregar el mando. Decidieron no confiar en ningún jefe intermedio de los barrios y optaron por Iturbe. Fue presentado primero a la dirigencia y después a la seguridad: la orden era clara sobre a quién debían obedecer.
El partido contra Banfield fue la prueba de fuego. La barra oficial salió desde Barracas con 200 hombres dispuestos a ingresar, a pesar de estar en listas prohibidas. Tenían información de que la barra disidente, comandada por Matías “Mate Cocido” Mendoza, intentaría presentarse. La Policía actuó como muro de contención, parando a los grupos de los hermanos Escubilla y al de Dock Sud de Mate Cocido, evitando el choque. La tensión quedó en el aire y la barra oficial pudo ingresar bajo la premisa de no mostrarse como tal. El único que desafió abiertamente la prohibición fue Iturbe, para que nadie dudara de quién mandaba.
Esa exposición lo puso en la mira de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide), que conoce su carácter violento. Como guardaespaldas, se dedicó a desafiar a la disidencia. Tuvo un cruce con David “Caña” Escubilla, a quien citó en el Obelisco para un “mano a mano” después de que este fuera a buscar a Nadalich a la sede del club. Lo dejó expuesto en redes como un cobarde que “se había bajado”. También fue el encargado de liderar la barra en la conflictiva visita a Bolivia para enfrentar a Nacional Potosí, donde hubo corridas y choques, y luego de proclamar la victoria de su facción, desafió al resto a terminar “la faena” donde quisieran.
Esa faceta violenta es la que la dupla Nadalich-Leczniki decidió premiar. Suponen que nadie le hará frente y que él les cuidará el territorio hasta su eventual regreso. ¿Hay chances de que Iturbe traicione esa confianza y se quede con el poder para siempre? Desde su círculo lo niegan: es compadre de Nadalich y su lealtad está “sellada con sangre”. Pero la historia reciente de la barra roja invita a la duda. Cuando Pablo “Bebote” Alvarez tuvo que dejar el mando, puso a César “Loquillo” Rodríguez, quien luego le negó el regreso y desató una guerra feroz. El propio Leczniki fue hombre clave de Alvarez, y cuando este cayó preso, hizo alianza con Nadalich para quedarse con la popular. Las conspiraciones son la norma en un mundo donde circula muchísima plata.
¿De qué vive Iturbe? En la barra aseguran que sus ingresos no provienen de un horario de oficina. Algunos lo vinculan con el juego virtual y “otros negocios poco edificantes”, versiones que su círculo interno niega de plano. Resaltan, en cambio, que buena parte de su familia milita para mejorar las condiciones del barrio, una imagen que contrasta con la del violento que él mismo proyecta en sus redes.
Mientras tanto, del otro lado, la disidencia también se arma. Mate Cocido tiene vínculos con la facción de Lomas de Zamora de Boca y con mano de obra de la Uocra de Quilmes. Circula por Avellaneda y se especula que estaría hablando con Marcelo “El Zombie” Cano, un hombre muy cercano al propio Bebote Alvarez, en lo que algunos interpretan como un movimiento del ex líder desde la prisión.
Atenta a esta bomba de tiempo, las fuerzas de seguridad preparan un imponente operativo para este domingo, cuando Independiente reciba a San Lorenzo. El clima no solo estará atravesado por la guerra interna de la barra, sino también por el descontento de los hinchas genuinos con una dirigencia que sigue manejando el club con estos polvorines a su lado