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Jueves, 25 Sept 2025
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El último asalto de un titán
A los 60 años, con la sombra de las adicciones y la luz de un imperio de cannabis, Mike Tyson vuelve al ring por dinero, por legado y porque el ring es el único lugar donde el mito y el hombre se funden.
Lunes, 22 de Septiembre del 2025 - 14:10 hs.
El último asalto de un titán

El eco de los golpes nunca se apaga. Resuena en la memoria, en los tímpanos de quienes lo vieron reinar con furia animal y en el propio alma de Mike Tyson, que a punto de cumplir 60 años anuncia su regreso. No será una pelea cualquiera. Será un duelo de leyendas frente a Floyd Mayweather Jr., un espectáculo para 2026 que desafía el tiempo, la lógica y las advertencias de quienes creyeron que su función había terminado.

¿Por qué lo hace? La respuesta es un nudo de contradicciones tan fascinante como el hombre mismo. Por un lado, la necesidad económica, un motor que Tyson describe con crudeza: "Gané más dinero a los 50 que a los 20". Asegura que el dinero ya no significa nada, pero acto seguido justifica el regreso para "cuidar de la gente que quiero". Es la paradoja del gladiador moderno: pelea por un legado, pero también por la cuenta bancaria.

Sin embargo, la razón más profunda late en una conversación íntima y desgarradora con su hijo de 14 años. Ante la pregunta directa del adolescente, Tyson confesó un momento de vacío y tristeza. La respuesta final fue un destilado de toda una vida: "Porque soy el mejor que jamás haya hecho esto. Es lo único que sé hacer". Es la confesión de un hombre para quien la identidad está indisolublemente ligada al cuadrilátero. Fuera de él, solo queda el eco.

Y ese "fuera" ha estado marcado por demonios que podrían haber acabado con cualquiera. Tyson habla ahora con una sinceridad brutal sobre su pasado: el fentanilo, más fuerte que la heroína, para calmar el dolor; la cocaína que consumía incluso antes de subir al ring; el alcohol que lo llevó al borde de la muerte. Fue un campeón que libró sus batallas más duras lejos de las cámaras, en la soledad de la adicción.

Hoy, el hombre que mintió durante años sobre su sobriedad ha cambiado un vicio por otro. Se ha reinventado como un magnate del cannabis. Su empresa, Tyson Ranch, factura una fortuna mensual, y él mismo gasta miles de dólares en fumar con sus invitados. Es una nueva adicción, pero una que controla y de la que obtiene beneficio. El boxeador que una vez mordió una oreja es ahora un empresario que vende porros.

Su regreso ante Mayweather no es solo un espectáculo. Es el capítulo final de una epopeya trágica y gloriosa. Es la búsqueda de redención de un titán que, a pesar de las canas, las arrugas y los fantasmas, aún escucha el llamado de la campana. Porque en el ring, entre las cuerdas, Mike Tyson no tiene que explicarle nada a nadie, ni siquiera a sí mismo. Allí, simplemente, es



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