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En una noche donde todo es brillo, alfombra roja y discursos pulidos, hubo un momento de auténtica humanidad que cortó el ruido de la gala en París. Ousmane Dembélé, con el Balón de Oro 2025 en las manos, no habló solo de trofeos y goles. Habló de aprendizaje. Y en el centro de ese reconocimiento, como un faro, apareció el nombre de Lionel Messi. No fue un simple agradecimiento protocolario; fue la validación de un legado.
La escena tenía algo de cíclico. El mismo Dembélé que años atrás llegó al Barcelona como una joya en bruto, rodeado de dudas sobre su profesionalismo, hoy se paraba en lo más alto del mundo. Y atribuyó parte fundamental de esa transformación a las palabras de Messi en los vestuarios del Camp Nou: “Me dijo que fuera serio si quería alcanzar mis sueños”. Esa frase, simple pero cargada de la autoridad silenciosa del argentino, parece haber sido el click que necesitaba el francés.
La respuesta de Messi, horas después, desde la distancia de Miami, fue la pieza que completó el círculo. Un comentario en Instagram, breve y directo: “¡Grande Ous! Felicidades, me alegro mucho por vos. Te lo merecés”. No era el 10 felicitando a un colega; era el mentor viendo fructificar su consejo. Es en estos gestos donde se mide la verdadera grandeza de Messi: su influencia no termina en el campo, perdura en la carrera de quienes lo tuvieron de ejemplo.
Este episodio revela una dimensión del fútbol que a menudo queda opacada por el mercantilismo y la rivalidad. Es la historia de la transmisión de conocimiento, de la paciencia y de cómo la seriedad, esa palabra que Messi eligió, puede ser el cimiento del éxito. Dembélé no solo ganó la Champions League con el PSG; ganó una batalla contra sus propios fantasmas. Y en su discurso, eligió honrar a quien lo ayudó a encontrar el camino.
Mientras el mundo debate si el galardón fue justo o no, la anécdota perdura. El Balón de Oro es un objeto que, con los años, puede perder su brillo. Pero el reconocimiento público de un aprendizaje, el agradecimiento de un alumno a su maestro, y la humildad de ese maestro para celebrar al discípulo, eso es algo que no se oxida. Es el triunfo de un legado que sigue vivo, ganando balones de oro ajeno, desde Miami