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El ruido aún resuena en los oídos de los que estaban ahí. Un estruendo seco, violento, que no anunciaba fuegos artificiales sino el pánico. En un abrir y cerrar de ojos, la Feria de Ciencias del Instituto Comercial Rancagua se tiñó de gritos, humo y sangre. Donde segundos antes una alumna explicaba con orgullo el funcionamiento de su volcán casero, ahora se veía el caos. Padres corriendo desesperados, chicos con el rostro ensangrentado, y el caso más dramático: una nena de 10 años, alcanzada de lleno por la detonación.
La violencia de la explosión lanzó esquirlas de metal y fragmentos del volcán como si fueran proyectiles. La menor sufrió quemaduras y una lesión penetrante en el maxilar izquierdo. Un pedazo de metal se le incrustó en el cráneo. La urgencia era tal que, tras una primera evaluación en el Hospital San José de Pergamino, fue trasladada en helicóptero sanitario al Hospital Garrahan. Anoche fue operada. Su pronóstico es reservado. Un equipo interdisciplinario de cirujanos oftalmológicos, neurocirujanos y neurólogos lucha ahora por las consecuencias de esas heridas que, se teme, podrían costarle la visión de un ojo.
Las imágenes del momento de la explosión son elocuentes. Se ve a la joven estudiante describiendo con precisión los componentes del volcán: dos tubos de metal contenían una mezcla de azufre picado, carbón y "una sal especial". "Esta combinación va a formar la pólvora que lo que va a hacer es lo que va a explotar", explicó, en una frase que hoy suena profética y aterradora. Una profesora completó: "Lo hacemos erupcionar". Los aplausos de rigor precedieron al encendido. Luego, el estallido incontrolable que todo lo desvaneció.
El operativo de emergencia se desplegó de inmediato. Ambulancias, bomberos y policías saturaron la escena. Mientras los heridos más leves eran atendidos, la gravedad de la niña se hizo evidente. Su caso concentró todos los esfuerzos y definió la gravedad del episodio.
Ahora, la Justicia busca respuestas. El fiscal Fernando Pertierra está a cargo de la investigación y ya ordenó una batería de pericias. Especialistas en explosivos, Bomberos y la Policía Científica analizan los restos para determinar la composición exacta de la mezcla y evaluar si existió negligencia en la supervisión de un experimento que, diseñado para simular la furia de la naturaleza, terminó liberando una furia propia, impredecible y devastadora. La escena fue acordonada, la evidencia recolectada. Pero lo que no se puede encerrar con cinta amarilla es el sonido del estruendo que convirtió una feria educativa en una escena de terror