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						La rutina en Quito transcurre frente a la pantalla. En el living, la pasión no se apagó. Allí, Edgardo Bauza sigue con la mirada puesta en la pelota, en los equipos que forjaron su leyenda: Rosario Central, San Lorenzo, la Selección Argentina. Es un ritual íntimo, un hilo que lo mantiene conectado al mundo que lo vio campeón, ahora que una demencia frontotemporal le impone un ritmo distinto a su vida. Su esposa, Maritza Gallardo, ajusta el televisor para que no se pierda ningún detalle. “Fútbol y tenis mira. Es lo que le gusta, entonces obviamente tiene que ver en casa las cosas que él disfruta”, relata. Esa es la trinchera desde donde enfrentan, día a día, el avance implacable de una enfermedad neurodegenerativa.
El diagnóstico llegó como un golpe bajo, una noticia que no figuraba en ningún guion. Pequeños olvidos y cambios de personalidad que primero se atribuyeron al estrés, pero que los exámenes terminaron por confirmar: demencia frontotemporal, progresiva e irreversible. “Al principio fue un shock. Nunca piensas que una persona tan joven y saludable va a pasar por esto”, confiesa Maritza. Ella ha sido testigo de la transformación, de las fases que van del desconcierto a la aceptación. Y revela un dato que corta el aliento: Bauza “nunca se dio cuenta que estaba enfermo”.
La casa se adaptó. El acompañamiento se volvió constante, un lenguaje nuevo basado en la serenidad y el cariño. Nicolás, el hijo menor de 11 años, comparte su día a día. Aunque el ex técnico ya no puede comunicarse con palabras, su esposa asegura que “siempre está de buen humor. Vive en paz, y eso también nos da paz a nosotros”. En ese reducto de calma, priorizan su bienestar emocional, lejos de los reflectores que alguna vez lo siguieron en cada cancha.
Fueron esos mismos reflectores, convertidos ahora en homenajes, los que impulsaron a la familia a romper el silencio. La ovación en la Noche Blanca de Liga de Quito, donde una sonrisa de Bauza ante la tribuna lo dijo todo. El Centro de Alto Rendimiento que ahora lleva su nombre. Esos gestos de gratitud los motivaron a compartir su realidad. “Fue un gran honor. Saber que cada vez que alguien vaya allá verá su nombre es muy emocionante. Es como mantener viva su huella en el club”, afirma Gallardo.
De esa decisión nació el documental “La cima de la vida - el valor de la memoria”, un proyecto de la Fundación TASE que narra el presente del Patón. Para Maritza, fue un acto de catarsis y, a la vez, una forma de tender una mano a otras familias que transitan caminos similares. Es la historia de un hombre que, desde la quietud, sigue enseñando. El mismo que como jugador fue una muralla goleadora en Rosario Central y subcampeón del mundo en Italia 90. El entrenador que hizo historia al darle la primera Libertadores a Liga de Quito y la única –hasta ahora– a San Lorenzo.
Hoy, lejos de los banquillos y las conferencias de prensa, su partido más importante se juega en la intimidad de su hogar. Un partido donde la victoria no se mide en trofeos, sino en la paz de una mirada y en el amor que lo rodea. En el tiempo extra de una vida dedicada al fútbol, Edgardo Bauza demuestra que algunas derrotas no se sufren, se enfrentan con la dignidad de un campeón