La Era Di Carlo: Con la sangre riverplatense como bandera y el desafío de domar al gigante

Domingo, 02 de Noviembre del 2025 - 11:35 hs.

El aire en las entrañas del Monumental espeso, cargado de historia y de la ansiedad de 25.000 socios que escribieron un récord. Este sábado, en una jornada electoral que resonó como un parteaguas, River Plate no eligió solo a un presidente; eligió un símbolo. Stefano Di Carlo, a sus 36 años, se convirtió en el mandatario más joven del club desde los tiempos de Antonio Vespucio Liberti, con una victoria contundente del 61.77% que barrió con toda competencia. Pero más allá de los números, lo que asume desde el lunes es una herencia pesada: la de un gigante futbolístico en horas turbulentas.

El flamante presidente, hasta hace horas el secretario general de la gestión de Jorge Brito, no necesitó de discursos grandilocuentes. Su figura, su apellido, su historia de vida fueron su campaña. Nieto de Osvaldo ‘Titi’ Di Carlo, presidente histórico, y bisnieto de un ex secretario general, Stefano es, literalmente, un hijo de la casa. “Soy producto de la casa”, suele decir. Se crió en los pasillos, fue al colegio del club, lo vivió desde los 6 años en cada tribuna. Ese ADN riverplatense fue el cimiento sobre el que construyó un triunfo que sella la continuidad de un proyecto que comenzó con Rodolfo D’Onofrio hace más de una década.

Sin embargo, la alfombra roja de la victoria se despliega sobre un terreno minado. El primer y urgente objetivo que tiene Di Carlo en su escritorio es de una magnitud comparable a la de la nueva tribuna que domina el estadio: ordenar el problema futbolístico. La segunda etapa de Marcelo Gallardo al mando del equipo está lejos de ser la épica que se soñó. Las eliminaciones se acumulan como fantasmas –Libertadores 2024, Copa Argentina, Apertura, Mundial de Clubes– y este domingo, ante Gimnasia, el equipo se juega no solo tres puntos, sino una frágil chance de clasificar a la próxima Libertadores.

El propio Di Carlo lo admitió con la franqueza de quien no puede eludir la realidad: “Al final de la temporada, el fútbol, el tema de mayor centralidad, vamos a hacer las evaluaciones del caso y la sintonía fina. Debemos corregir y mejorar. Nosotros vemos lo mismo que ve la gente de River”. Esa frase, lanzada en plena jornada electoral, es la que hoy resuena en cada cantito de la tribuna. El hincha espera acciones, no solo diagnósticos.

Pero la gestión Di Carlo no nace en un vacío. Es la consolidación de una línea que rescata al club del infierno de la B Nacional y lo proyecta como una potencia global. Andrés Ballotta, Ignacio Villarroel y Mariano Taratuty, sus vicepresidentes, representan esa continuidad. El plan es claro: seguir transformando. Las obras, como el Centro de Alto Rendimiento en el predio Cantilo, y la modernización de las instalaciones para los más de 350.000 socios, seguirán su marcha imparable.

Di Carlo conduce ahora los destinos de un club que mira al futuro desde una base institucional sólida, pero con el termómetro futbolístico al rojo vivo. Su juventud, lejos de ser una desventaja, se presenta como el combustible para reconectar con una masa social fervorosa y exigente. Tiene cuatro años por delante, con la reelección estatutariamente prohibida. Tiempo suficiente para forjar su propio legado, que estará indisolublemente ligado a su capacidad de devolverle a River la gloria en la cancha. La era Di Carlo comienza. Y lo hace con el peso de la historia sobre sus espaldas y la urgencia del presente gritándole en los oídos