Un pueblo que reza a los árboles para no olvidar quién es.
En medio de los espesos bosques de Europa del Este, las mujeres Mari se arrodillan en silencio frente a los árboles. No es un gesto decorativo ni una superstición: es un acto de resistencia.
El pueblo Mari —de origen fino-ugrio, emparentado con los finlandeses— ha sobrevivido a siglos de persecuciones. Vivieron en paz durante generaciones, hasta que llegaron las campañas de cristianización forzada. Muchos huyeron. Prefirieron los bosques a la cruz impuesta. Y allí, ocultos entre los pinos, conservaron sus antiguos rituales animistas, en los que los árboles eran sagrados.
Durante la era soviética, su tragedia se agudizó. Se les arrebataron tierras, lengua y líderes. Fueron reubicados, reprimidos, y muchos simplemente desaparecieron. Tras la caída de la URSS, fundaron su propia república: Mariy El. Pero el sueño de renacer como nación libre se diluyó pronto. Hoy, siguen siendo una minoría en su propia tierra. Su idioma ya no se enseña. Su cultura lucha por no extinguirse.
Por eso las ves ahí, en el bosque. Rezando a los árboles. Pidiendo que la memoria no muera. Que el olvido no les gane.
Porque a veces, arrodillarse no es rendirse. Es resistir.