El Golpe Invisible

Miercoles, 26 de Noviembre del 2025 - 15:15 hs.

El rugido de Twickenham ya se había apagado, pero en las entrañas del estadio, donde solo reverberan los ecos de los pasos y las miradas cargadas de adrenalina, ocurrió lo impensable: un jugador inglés, Tom Curry, agredió físicamente a Felipe Contepomi, un símbolo del rugby argentino. No fue un puñetazo, tampoco una bofetada. Fue ese "pequeño golpe" en el pecho que duele más por su insolencia que por su fuerza. Un gesto que atraviesa el alma de un deporte que se jacta de su honorabilidad.

Contepomi, con la serenidad de quien ha librado batallas más grandes, relató el episodio con una mezcla de perplejidad y dignidad. No era solo el hombre de 48 años enfrentándose a un rival de 27. Era la esencia de un juego cuestionándose a sí mismo. "Si no nos cuidamos entre nosotros, puede ser peligroso", advirtió el entrenador, mientras las cámaras de seguridad del túnel se convertían en el testigo mudo que podría tumbar al inglés.

Pero este incidente no es un hecho aislado. Es la punta de un iceberg de tensión que se venía gestando desde la cancha. Minutos antes, Curry había sido protagonista de otro momento oscuro: el tackle que dejó a Juan Cruz Mallía con el ligamento cruzado roto. Una jugada temeraria que, para desconsuelo de Los Pumas, ni siquiera fue revisada por el TMO. La agresión en el túnel parece ser la continuación lógica de una actitud que traspasa los límites del juego limpio.

Mientras la Rugby Football Union (RFU) debe entregar las grabaciones que podrían sepultar la carrera de Curry, el entrenador inglés Steve Borthwick salió a defender a su jugador con un argumento que suena a déjà vu: "Su carácter es impecable". La misma defensa que se esgrime cada vez que un atleta transgrede las normas. ¿Hasta qué punto el carácter impecable es compatible con un manotazo en el pecho a un rival en el túnel?

La investigación de la Six Nations no solo juzgará a Curry, sino que pondrá en la balanza la propia idiosincrasia del rugby. Un deporte que se precia de su camaradería, pero que permite que sus figuras intimiden a técnicos en pasillos oscuros. Un juego donde las disculpas por lesiones graves son reemplazadas por empujones y actitudes desafiantes.

Contepomi, en su amarga reflexión final, dejó la pregunta que resuena en cada rincón del mundo oval: "Si queremos matones en este juego, entonces bueno... no sé". La elección es clara: o el rugby vuelve a sus valores fundacionales, o se convierte en otra arena donde la soberbia le gana al respeto.

Las cámaras del túnel de Twickenham tienen la última palabra. Pero la respuesta, la verdadera, ya la sabemos todos