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Martes, 5 Agosto 2025
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Historias para contar
El monje que se convirtió en reliquia
Hubo un tiempo en que algunos hombres decidían desaparecer del mundo… para trascenderlo.
Lunes, 04 de Agosto del 2025 - 10:57 hs.
El monje que se convirtió en reliquia

En los templos budistas del Japón medieval, especialmente en la escuela Shingon, surgió una práctica que desafiaba el entendimiento humano: la auto momificación. No era un ritual simbólico, ni una momificación tradicional tras la muerte. Era un proceso extremo y voluntario para alcanzar la iluminación, convirtiendo el propio cuerpo en una ofrenda incorruptible. Un “Buda viviente”.

Durante años, el monje se aislaba y comenzaba una dieta cada vez más estricta: primero cereales, luego bayas, después corteza de árbol… hasta alimentarse únicamente de raíces y agujas de pino. Su cuerpo se despojaba de grasa, de agua, de todo lo que pudiera pudrirse.

Al final, bebía un té especial hecho con la savia tóxica del árbol urushi. El veneno le provocaba vómitos, eliminaba bacterias, disolvía la vida que quedaba dentro. Pero eso no era lo más difícil.

El último paso era la tumba.

El monje descendía por voluntad propia a una cámara subterránea. Se sentaba en posición de loto, con un tubo de bambú para respirar y una campana que hacía sonar cada día. Cuando dejaba de sonar, los discípulos sellaban la tumba.

Pasaban tres años. Entonces, abrían la cámara. Si el cuerpo se mantenía incorrupto, el monje había triunfado. No estaba muerto: estaba en meditación eterna.

No todos lo lograban. De los cientos que lo intentaron, solo 25 monjes alcanzaron el estado de sokushinbutsu. Aquellos cuerpos todavía existen. Se conservan en templos del norte de Japón, con la piel reseca, la mirada inmóvil… y una historia que parece irreal.

Hoy sabemos que fue una práctica prohibida desde finales del siglo XIX. Pero lo que sigue conmoviendo no es su dureza, sino su intención: la voluntad de entregarse por completo al espíritu, trascendiendo el dolor y el cuerpo. Convertirse en símbolo. En legado. En esperanza.

Una muestra, aunque extrema, de lo que el ser humano es capaz de hacer por fe… y por eternidad




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