Bajo una cortina de lluvia intensa que convirtió la ruta en un lodazal, el paisaje nocturno del sur santafesino se tiñó de rojo anaranjado. Un galpón de la firma Moline, un nombre arraigado a la tierra y al trabajo de la zona desde hace treinta años, estalló en llamas. La hipótesis más firme apunta a un cruel giro del destino: un desperfecto eléctrico, quizá un cortocircuito provocado por la propia humedad, habría sido el detonante del infierno.

La alerta movilizó a los cuarteles de bomberos. Con el agua cayendo a cántaros, las unidades se abrieron paso por la Ruta 94, en las proximidades de Teodelina, en dirección a Villa Cañás. Lo que encontraron fue un frente de batalla abrumador: las llamas, alimentadas por lo que se presume era maquinaria agrícola y material de acopio, crepitaban con furia, desafiando la tormenta.

Durante horas, los hombres de fuego libraron una lucha titánica. La lluvia, que era un enemigo para la movilidad, se volvió un aliado táctico. Combinando su pericia con el agua de sus bombas y la que caía del cielo, lograron, palmo a palmo, ganarle terreno al incendio. No fue una extinción, fue un control tras una pelea agotadora que se extendió hasta la madrugada. Ahora, solo queda el esqueleto negro y humeante de lo que fue, y la silenciosa constatación de una pérdida millonaria para una familia que es parte del paisaje productivo de la región