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El mediodía de la Casa Rosada tuvo un huésped de peso en medio de la tensión política que dejó la derrota electoral en la Provincia de Buenos Aires. El presidente Javier Milei y el ministro de Economía, Luis Caputo, recibieron al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Ilan Goldfajn, en una reunión clave para el futuro inmediato del acuerdo financiero que promete inyectarle a la Argentina hasta USD 10.000 millones hasta 2028.
El encuentro ocurre en paralelo a una jornada maratónica de un Gabinete ministerial que busca reacomodar las piezas tras el revés del domingo. La visita de Goldfajn no es casual: el BID es uno de los garantes internacionales del acercamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y su aval es crucial para la llegada de los USD 3.000 millones comprometidos para este año.
Tras la aprobación de una hoja de ruta conjunta, los fondos del organismo se dividirán en tres pilares centrales: reformas fiscales y mejora de la recaudación, medidas para “liberalizar la economía y desbloquear la inversión privada” y programas específicos para acelerar la reducción de la pobreza. Precisamente en este último punto, el banco multilateral dejó un informe crudo y alarmante: la indigencia alcanzó un pico del 18,1% y más de la mitad de los niños y niñas de entre 0 y 14 años vive en situación de pobreza. A esto se suma una tasa de informalidad laboral del 36,1%, un flagelo estructural que persiste.
Aunque el BID respaldó el plan económico del Gobierno y destacó la búsqueda del equilibrio fiscal como un “objetivo primordial”, el documento no escondió los riesgos. Alertó sobre la fragilidad de las reservas del Banco Central, la falta de mayorías legislativas que trabe reformas clave y la posibilidad de una “fatiga social ante medidas de ajuste”. El fantasma de la gobernabilidad y la resistencia ciudadana recorre el informe.
La reunión con Goldfajn representa, en los hechos, una búsqueda de oxígeno para un Gobierno que necesita demostrar que puede mantener el apoyo de los organismos internacionales pese a la adversidad política. La derrota en Buenos Aires expuso la vulnerabilidad del oficialismo en el Congreso, justo donde deberán aprobarse las reformas que el mismo BID exige como contrapartida.
Mientras el Gabinete se prepara para una segunda reunión vespertina, la economía mira con expectativa el resultado de este diálogo. El éxito no se medirá sólo en dólares desembolsados, sino en la capacidad del Gobierno de sortear las advertencias que el propio banco dejó escrita: sin consenso político y sin un amortiguador social, el rumbo será aún más turbulento