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Domingo, 12 Octubre 2025
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El hechicero de tucumán: Álvaro Montoro y el sueño argentino en el Mundial Sub 20
Con un talento que desarma rivales y una determinación que convenció hasta a su club en Brasil, el joven tucumano es el cerebro de una Selección que ilusiona. Su historia, de la pensión de Vélez a la cita mundialista en Chile, es el relato de una vocación que no entiende de obstáculos.
Sábado, 04 de Octubre del 2025 - 13:05 hs.
El hechicero de tucumán: Álvaro Montoro y el sueño argentino en el Mundial Sub 20

La pelota parece vivir pegada a su botín. Un zurdazo hereje, un pase filtrado que nace donde otros solo ven congestion, una gambeta que humilla. En cada acción, Álvaro Montoro, el número 10 de la Argentina Sub 20, firma su declaración de principios: el fútbol como arte, la creatividad como mandato. Con él en la cancha, el equipo de Diego Placente no solo ganó; convenció. Dos victorias contundentes, ante Cuba y Australia, y el boleto a octavos de final asegurado, tienen su sello indeleble.

Pero la presencia de este mediocampista de 17 años en Chile es mucho más que un simple dato táctico. Es un triunfo de la voluntad. En un Mundial donde las ausencias de figuras como Mastantuono o Echeverri resonaron, la llegada de Montoro requirió de una épica personal. Al no ser fecha FIFA, Botafogo, su actual club, tenía la potestad de negarse. Y la sombra de un "no" planeó sobre su sueño. Sin embargo, una combinación de la comprensión del técnico Davide Ancelotti y, crucialmente, una presión familiar y personal ejercida desde adentro, abrieron el candado. El talento argentino, una vez más, se abrió paso a la fuerza.

La historia de Montoro es la de un viaje que comenzó en el barrio Independencia de Concepción de Tucumán. A los 9 años, junto a su hermano Francisco, cruzó el país para probar suerte en La Fábrica de Vélez. Dos años viviendo con sus abuelos en Villa Luro, luego la pensión del club. Una infancia sacrificada por una obsesión. Esa dedicación tuvo su primer gran premio el 18 de febrero de 2024: su debut en Primera. Ingresó, envió un centro letal y generó el gol del triunfo. Era la primera señal de que algo especial se gestaba.

Su paso por el Fortín fue meteórico. Con Barros Schelotto en el banco, se convirtió en el golpeador más joven en la historia del club, anotando en la Libertadores con 17 años. Esa ráfaga de calidad, 37 partidos y unos pocos goles, bastaron para que el mundo pusiera sus ojos sobre él. Botafogo, recién coronado campeón de América, no dudó: desembolsó 9 millones de dólares por el 90% de su ficha.

Hoy, con la camiseta albiceleste, Montoro no solo es el conductor técnico; es el socio ideal para el goleador Alejo Sarco, con quien forjó una complicidad en las inferiores de Vélez. Su conexión es un lujo para Placente y una pesadilla para las defensas rivales.

El camino recién comienza. Octavos de final es solo el siguiente escalón. Pero en cada regate, en cada pase de aquellos, Álvaro Montoro no solo juega un partido; encarna una promesa. La promesa de que, en un rincón de Tucumán, sigue naciendo el fútbol que deslumbra, el que no se negocia y el que, tarde o temprano, termina conquistándolo todo