La felicidad, esa mercancía tan escasa y preciada en la Boca de los últimos tiempos, ha vuelto a instalarse en la Ribera. El aire huele a triunfo, a Superclásico ganado y, sobre todo, a Libertadores asegurada. En el medio de este sueño xeneize que se materializa semana a semana, una pregunta resuena en los pasillos de la Bombonera y en cada café de esquina: Claudio Úbeda, ¿sí o no?
La historia lo tenía en contra. Un emblema de Racing, un técnico que llegó de la mano de Miguel Russo, un "Sifón" que cargaba con la etiqueta de no ser de la casa. Su ascenso al banco principal, tras el fallecimiento de Miguelo, fue leído por muchos como una mera cuestión de protocolo, un acto de respeto hasta que pasara el temporal y la dirigencia buscara un nombre de peso. Pero el fútbol, a veces, escribe guiones impensados.
Los números, fríos y contundentes, empezaron a hablar a su favor. Bajo su mando, Boca encontró una efectividad que se le negaba al inicio del ciclo Russo. De 13 partidos con Miguelo (3 ganados, 7 empatados, 3 perdidos), se pasó a 6 con Úbeda (4 triunfos, 2 derrotas, 0 empates). Pero más allá de la estadística, hubo un gesto que valió más que cualquier discurso: el abrazo feroz, cargado de adrenalina y alivio, que Leandro Paredes le dedicó al finalizar el Superclásico. "¡Vamos Claudio! ¡Vamos la puta madre!", gritó el campeón del mundo, un jugador que conoce bien la hierática de los vestuarios europeos. Ese fue el espaldarazo definitivo, la prueba de que el plantel no solo lo respeta, sino que lo sigue a ciegas.
El legado de Russo, aquel plan maestro con cinco objetivos claros, hoy se ve con otros ojos. La depuración del vestuario, la competitividad en el Mundial de Clubes (empañada solo por el empate con Auckland), la clasificación a la Libertadores –un fantasma que no se concretaba desde hace dos años– y la victoria ante River están tachados. Solo queda uno, el más importante: ganar el Clausura.
Juan Román Riquelme y Marcelo Delgado, en un acto de pragmatismo y lealtad, decidieron respaldar al cuerpo técnico heredado hasta fin de año, sin condicionamientos. Ahora, con el panorama despejado y el equipo convertido en un candidato creíble para los octavos de final de la Copa, la balanza se inclina peligrosamente a favor de Úbeda.
La dirigencia no apurará los tiempos. Dejará que la rueda gire, que el Clausura defina su veredicto. Pero en el fondo, la ecuación es simple: si el 14 de diciembre Boca levanta el trofeo, la continuidad de Claudio Úbeda dejará de ser una opción para convertirse en la consecuencia lógica. Lo que sonaba a locura hoy huele a proyecto. La Ubedacracia, contra todo pronóstico, está a 90 minutos de firmar su primer título