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Sábado, 22 Noviembre 2025
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El Precio Íntimo de la gloria
En la cima del fútbol argentino, un título anhelado y una ausencia que habla más que cualquier trofeo: la historia de Ángel Di María, el ídolo que eligió el festejo silencioso de su familia sobre los vítores de la multitud.
Sábado, 22 de Noviembre del 2025 - 13:20 hs.
El Precio Íntimo de la gloria

La escena en Puerto Madero tenía todos los ingredientes de un final de cuento. Ángel Di María, con la camiseta de Rosario Central que vistió de niño, acunaba el trofeo de la Liga Profesional 2025. A su lado, el presidente, el técnico, su familia en la dirigencia y su compañero de arco. La sonrisa era amplia, legítima, la coronación de un regreso soñado. Era la foto perfecta. Pero en el fútbol, como en la vida, la foto completa siempre se revela después.

Horas más tarde, una multitud teñida de amarillo y azul desafiaba la lluvia en Arroyito. El equipo en el balcón, la ciudad en éxtasis. Sin embargo, en el centro de ese huracán de pasión, había un vacío con nombre propio. Donde todos esperaban al "Fideo", solo hubo un micrófono que anunció un "compromiso impostergable". El eco de los cánticos que coreaban su nombre chocaba contra un misterio que, en la era digital, nunca tarda demasiado en develarse.

La respuesta no estaba en la cancha, ni en el vestuario, ni en los estudios de televisión. Estaba en las redes sociales de Mía, su hija mayor. Allí, en la intimidad de una pantalla, se encontraba la verdadera final que Di María eligió jugar: la fiesta de séptimo grado. Imágenes de un padre, no de un ídolo, compartiendo con sus dos hijas y su esposa un ritual familiar, simple y profundo, lejos de los flashes y el bullicio. El campeón de América, de Europa, del mundo, había intercambiado el balcón de los héroes por el living de su casa.

Mientras una parte de Rosario lo celebraba, otra, la más oscura, dejaba su marca en las paredes de El Torito, su club de origen. "Mercenario ladrón", gritaba la pintada negra sobre su imagen. El contraste no podía ser más cruel: el mismo hombre que para unos es un traidor por haber jugado en Newell's, y para otros un dios por volver, ahora enfrentaba el odio por elegir a sus hijas. Es la paradoja del ídolo moderno, condenado a navegar entre la devoción ciega y la incomprensión más feroz.

En sus declaraciones, Di María había hablado de felicidad colectiva, de un esfuerzo de dos meses espectaculares, de haber logrado lo impensable: vencer a la hegemonía de Boca y River. Pero su ausencia en el festejo multitudinario grita una verdad más elocuente. En el pináculo de su carrera, con la gloria deportiva asegurada, el triunfo más valioso parece ser el que no se mide en puntos ni en trofeos, sino en momentos irrepetibles.

La AFA le entregó un título. Sus hinchas, un amor eterno. Pero la vida, con un timing implacable, le presentó la factura de una prioridad que no admite postergaciones. Ángel Di María, el niño de Perdriel que soñaba con esto, ya es campeón con la camiseta de su corazón. Pero en la noche de la consagración, demostró que su mayor victoria no fue levantar una copa, sino tener la libertad para soltarla a tiempo