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“No puedo creer que voy a ser tapa”, nos dice todavía con el barbijo puesto cuando llega a nuestra mesa del bar de al lado de la redacción. Son pocas las veces que nos reunimos, y este encuentro sigue siendo una excepción a la era de la virtualidad. Conocimos a Karen Barg –alias Karonchi– el año pasado, cuando ganó el OHLALÁ! Makers Award como mejor cuenta beauty, y este año estuvo en nuestra lista de chicas de tapa porque nos encanta su mensaje. Es maquilladora, mamá de Toto, mujer de Merakio (un youtuber hedonista que croniquea todo lo que prueba), sostiene en sus redes un mensaje sincero sobre aquellas cosas que suelen ser tabú, como el lado B de la maternidad y los antidepresivos, y levanta como nadie la bandera del amor propio.
Con Merakio son un hit en redes, ¿quién impulsó a quién?
Él es actor, toda la vida fue actor. Vivía en Rosario y se vino a vivir a Buenos Aires, pero empezó a ir a castings y no quedaba. Por ahí buscaban pibes musculosos y él no cabía en el target. Nos conocimos en una obra de teatro en la que yo era productora y él era asistente de producción. Al año que nos conocimos, él dijo: “Me cansé de ser actor. Esto no va a llegar a ningún lado. Voy a hacer mis videos para que la gente vea lo que yo hago y no esperar a que me llamen”, y arrancó. Yo aparecía en sus blogs, empezaba a salir. Comentaban: “Qué divina tu mujer, qué buena onda”, pero yo solo tenía un Instagram privado.
¿Ya maquillabas?
Sí, desde hacía bastantes años. Mi Instagram lo usaba para editar fotos y subirlas a Facebook. Después me puse la cuenta pública y empecé subiendo contenido de maternidad. Mi mundo en ese momento eran pañales, caca, chupete.
¡Empezaste recién parida!
En realidad, cuando quedé embarazada. Estaba feliz, tuve un embarazo genial, era el centro de atención, me sentía bien, no vomité ni una vez..., divino todo. Pero tuve un parto horrible. No me enamoré al instante, era como que me arrepentí de todo: “Me quiero ir a mi casa, ¿qué hice?”. Entendía que lo tenía que cuidar, que lo tenía que proteger, que era mi función, pero no es que me nacía desde el amor. Y ahí mi marido se puso la 10, porque él se ocupaba. Yo le daba la teta y el resto lo hacía él: le jugaba, le hacía upa, lo cambiaba, todo.
¿Cómo te sentías?
Muy culpable por no sentir el instinto materno. Salir de mi casa me costaba mucho. Me costaba vestirme, tenía las tetas explotadas, me costaba ir a la farmacia, todo me parecía muy difícil.
¿En ese momento entendías lo que te estaba pasando?
No, para mí era porque no dormía y estaba muy cansada, porque Toto dormía muy mal. En un momento, cuando Toto ya tenía un año y medio, dos de mis amigas que habían sido mamás a la par de mí se iban de despedida de solteras a Río y yo no podía ni ir al supermercado. No podía preparar milanesas en mi casa, no podía hacer nada. Ahí dije: “Hay algo que está mal”. Lo llamé a mi psiquiatra. Yo ya tenía psiquiatra porque había tenido depresión de más chica, porque durante diez años tuve ataques de pánico. Lo llamé y me dijo que iba a tener que dejar la teta para medicarme y yo no quería, así que la estiré un poquito. Hasta que me animé y empecé a tomar medicación, a hacer terapia y a sentirme mejor, aunque algunas cuestiones cotidianas me seguían costando.
¿Tu hijo cuánto tenía?
Casi dos. Mi psiquiatra me dijo: “Quiero que te hagas un estudio cognitivo porque a veces, después de tener depresiones, pueden quedar algunas secuelas cognitivas, vamos a chequearlo”. Me hizo un estudio y salió que tenía déficit de atención, que lo tenía de toda la vida, pero nunca lo supe.
¿En el colegio nunca observaron que tenías TDA?
Cuando yo era chica existía, pero no se hablaba de eso, entonces los maestros no estaban tan entrenados para descubrirlo. El secundario me costó un montón, nunca pude terminar ninguna carrera, empezaba cosas y las dejaba, empezaba con mucho entusiasmo y me frustraba.
O sea que es más que ser alguien disperso...
Tiene que ver con eso, pero es porque nuestro cerebro usa mucha energía para concentrarnos. Entonces, toda la energía que tenés disponible para hacer un maratón de 5 kilómetros nosotros la gastamos en el kilómetro 1 y para el kilómetro 2 ya no podemos más, así que todo cuesta un poquito más. Ahí empecé a tomar una medicación para el TDA y dejé la de la depresión, porque ya no estaba deprimida. Ahí fue un cambio de 180°, me empecé a sentir mucho mejor, pude empezar a ocuparme de mi vida, de mis cosas, despegarme un poco de Toto, volver a maquillar, volver a estar en lo mío, y ahí empecé a subir contenido de maquillaje a mi cuenta.
Mucha gente siente alivio cuando hablás de estos temas, ¿no?
No sabés la cantidad de mensajes que recibo cada vez que digo que tengo ataques de pánico o cuando cuento que tomo medicación. La gente tiene mucho tabú con eso. A mí también me daba cosa decirlo, porque iba a ser “la loquita”: las marcas no iban a querer trabajar con la loquita y yo ya vivía de Instagram. Pero me salió así. A mí no me da para caretearla. Soy tan yo que no podría no ser yo. No sabría ni cómo hacerlo, la verdad. Hay días que no hago historias porque no siento que tengo algo para decir y después digo: “¡Sí, tengo algo, ¡tuve un día de mierda!”.
Es parte de abrazar la sombra...
Me parece que es más rico que la perfección. A veces entro en esa de “¿esto se cuenta?, ¿no se cuenta?, ¿es muy real?”...
¿Cuándo sentís eso?
Sobre todo con las cosas que tienen que ver con mi hijo o la intimidad de mi matrimonio. A veces contaría: “¡Me acabo de pelear con Merakio, lo quiero matar!”. Y después digo: “No sé, porque cuando me amigue me voy a arrepentir”. U hoy, que mi hijo estaba en natación y me moría por mostrarles a todas mis instaamigas: “¡Chicas, miren! ¡Metió la cabeza abajo del agua!”. Pero, claro, había ocho nenes más que no eran mis hijos, no puedo mostrar eso. Después sí lo conté. Mi marido muestra mucho más. Antes, cuando estaba muy traumada con mi imagen, incluso me tenía que pedir permiso. Me acuerdo de una vez que él hizo un video y a mí se me veía un rollito de la espalda y tuvo que bajarlo porque lo cagué a pedos. Hoy veo ese video y digo: “¡Qué boluda!, ¿¡de qué rollo hablaba!?”.
Temón, ese: el autoamor, ¿cuándo te cayó la ficha?
Muy paradójicamente, me agarró amor cuando engordé 30 kilos con el embarazo. Cuando lo tuve a Toto bajé 10 del parto y volví a subir otros 20. Haber estado embarazada me parecía loquísimo, el cuerpo es fantástico, estaba flasheada con tener un pibe adentro de la panza, de que de tus tetas salga leche para que ese pibe coma y crezca. Me parecía una locura. Empezó un poquito por ahí y después no sabría decir de dónde exacto, pero hay tantas cosas más importantes que el cuerpo...
¿Eras de taparte cuando ibas a la playa?
¡Sí! Me ponía short, kimono, remeras, morral que me tapara de costado: todas las estrategias. No iba a ciertas playas a las que iba cierta gente para que no me vieran. Mi mamá me decía: “¡Dale, vamos que están mis amigas!”. No, a esa playa no. Por ejemplo, Porto 5, en Punta del Este, no te pisaba porque estaba toda la comunidad judía. Hoy digo: “Qué tonta, mirá lo que me perdí: de estar con mis amigos por el cuerpo”. Ya no me entra en la cabeza, no me perdería de nada.
El tema del cuerpo te atravesó toda la vida...
Sí. Ahora miro para atrás y me pregunto de qué estaba traumada. Veo fotos en las que estaba tan linda y mi recuerdo de ese momento es ¡qué gorda que estaba!, ¡qué fea que estaba!, ¡qué mal me sentía! En vez de disfrutarme, de gozarme, me lastimaba, me odiaba. Me perdí de mí. Un montón de años me perdí de disfrutarme. Mi misión en la vida era adelgazar. Tenía un hashtag en Facebook que era #YoMeCasoFlaca, era lo único que me importaba. Me compré el vestido y no era el que más me gustaba sino el que más flaca me hacía. Todo tenía que ver con eso. Entrené, bajé de peso, me casé flaquísima, feliz. Obviamente, al mes subí todo de nuevo porque era una mentira eso, pero bueno: yo me casé flaca.
Viéndolo ahora en retrospectiva, ¿qué sentís de ese momento?
Me da ternura. Cuánta energía que perdí. En ese momento era importante y estaba bien. Yo pensaba: “¡¿Qué tendrán que hacer las novias que ya son flacas?!”. Mi objetivo era ser flaca y es... nada. Miro para atrás, miro fotos y videos y yo era re flaca, mi objetivo estaba disociado de mi realidad.
Es como si ser mamá te hubiese traído más compasión propia.
Me paré frente al espejo y dije: “¡Pará! tenés un montón de cosas por hacer”. Tengo una misión mucho más importante que adelgazar. Una vez me pasó que vino mi mamá y me dijo: “Me encontré con tal que te vio y dijo que estás divina”. Viene mi marido y me dice: “Me encontré con tal que charló con vos y dice que sos un amor”. Pensé: “Todo el mundo disfruta de mí menos yo, qué tonta, me estoy perdiendo de disfrutarme”. Eso fue un clic, ya no iba a perderme de nada por el cuerpo: ni de meterme a una pileta ni de ir a una fiesta o vestirme linda, porque hasta ese momento me vestía toda de negro para disimularme. Empecé a vestirme de colores, a ponerme tacos, vestidos, flores.
¿Qué le dirías a esa Karonchi que creía que ser feliz era ser flaca?
¡Sacate el shorcito y mostrá el culo! Dejate de joder, disfrutala, no la padezcas. También tuvo que ser así por algo, no estoy peleada ni enojada con eso. Fue lo que fue en ese momento y ahora cambió.
Cuando vos subís algo con traje de baño, explota de likes y comentarios..., ¿recibís también críticas o es todo muy amoroso?
No tengo haters. ¡Rarísimo, pero no! Me dicen: “Gracias a vos me animo a mostrarme como soy”. Lo tomo como un agradecimiento. Alguna que otra vez, cuando subo algo sobre maternidad, hay gente que opina cosas que me gustaría que no opinara. Nada más que eso, pero también yo abro la ventana a que opinen, es parte del juego.
¿Sos una idishe mame?
Sí, yo quiero con la comida. Te traigo un chocolatito, “vení, comé esto conmigo”, “vamos a compartir esto”. Y también en el hecho de cuidar mucho al otro; siempre fui la madre de mis amigas, ¡la madre de mis novios!: esa actitud más maternal. El otro día, por ejemplo, fuimos a almorzar con Toto y comimos un tostado con Lucas, y Toto se pidió un helado. Le dio dos chupadas y no le gustó. Era obvio que no le iba a gustar. Dijo: “No quiero más; tengo hambre”, y Lucas le dijo: “No, te pediste el helado, lo siento”. A mí se me rompía despacito el corazón. ¡Tiene hambre, mi chiquito!, ¡comprale algo!
¿Fue un casamiento mixto el de ustedes?
Fue un casamiento inventado. El civil fue normal y en el casamiento nos casó un maestro de ceremonia, no era ni rabino ni cura. Estaba vestido como rabino, pero no era rabino. La ceremonia tenía algunas cosas de las ceremonias católicas y el 80% de las ceremonias judías.
No tenías el mandato de tener un novio judío.
Mi mamá al principio me hizo un comentario, antes de conocerlo: “¿Estás segura de formalizar más con él?”. Después, cuando lo conoció, se enamoró como todos. Es muy encantador, es irresistible. Para mí sí era importante que mi hijo fuera judío. Cuando la cosa se puso un poco más seria, se lo dije y él me dijo: “Sí, no hay problema”.
Se van a vivir a España el mes que viene...
Sí, estoy feliz. Vamos a ver qué onda. Quizá sean dos años, quizá cinco o uno. No sabemos. Sentíamos que era un tren que se nos había pasado, que vivir afuera era para pendejos, nosotros ya éramos padres, la plata la usábamos para mantenernos a nosotros tres. No me pensaba alejándome de mis papás más de 300 metros y de repente, con la cuarentena, estuve tres meses sin verlos, tres meses sin ver a mis amigas. Dije: “Al final puedo vivir en cualquier lado, que el Zoom lo voy a tener igual”. Mi marido ya venía con ganas y un amigo que está viviendo allá le mandó un mensaje diciéndole que estaba re contento. Así que dijimos: “Gordi, vámonos, vámonos ahora”.
¿Cómo te tiene el irte?
Es una apuesta. La casa queda armada, la vamos a alquilar temporalmente para que cuando queramos podamos volver. Así que bien, nerviosa, contenta, ansiosa. El que más me preocupa es Toto, que él esté bien. Pasa a salita de cuatro. Y se me estruja un poquito el corazón cuando lo veo con mis papás. Pero después digo: “Me van a venir a visitar”. La idea es ir a la aventura, a pasarla bien, a tratar de conquistar nuevos territorios y, si no funciona, volvemos. Tenemos nuestra casa.
Además, es algo re lindo como familia: los fortalece.
Sí, tal cual, siento que la cuarentena nos hizo más fuertes. Tanto con Lucas como pareja como los tres como familia: nos volvió un equipo. Después de habernos costado tanto la paternidad, de repente hicimos tan buen equipo... Para mí también fue como perdonarme ese primer año medio difícil… No quiero decir ausente, pero una parte de mi cerebro estaba en otro lado. Estar ahora los tres tan conectados me amiga con toda esa otra parte con la que no pude.
El título de esta edición es “Disfrutá de vos”, y salió de esta charla, ¿qué significa para vos?
Para mí tiene que ver con soltar la mirada del otro. Significa estar más presente. Me di cuenta de que los momentos que disfruto son esos en los que logro estar en ese lugar y en ese momento. •