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El dolor que no se ve: la batalla íntima del jugador que cumplió todos sus sueños y hoy sólo anhela un día sin sufrimiento
De Santa Fe a La Bombonera, de Grecia al home office, su vida parece el guion de una película sobre el éxito fugaz y la reinvención. Pero en la trastienda de su sonrisa fotogénica hay una lucha constante contra un dolor crónico que desafía su juventud. A los 32 años, Mauro Dalla Costa, el delantero que debutó con Bianchi y vistió la azul y oro, hoy se sienta para ponerse los pantalones cada mañana. Su mayor anhelo ya no es un gol, sino un día sin molestias.
Lunes, 01 de Diciembre del 2025 - 16:25 hs.
El dolor que no se ve: la batalla íntima del jugador que cumplió todos sus sueños y hoy sólo anhela un día sin sufrimiento

La entrevista transcurre en un momento de pausa en MAFE Automotores, su empresa de compra y venta de vehículos en Santa Fe. El lugar es un mundo alejado de los vestuarios y los viajes en avión. Aquí, Dalla Costa es dueño, vendedor, community manager y, sobre todo, un hombre que aprendió a convivir con un diagnóstico que cambió su rumbo: tres hernias, deshidratación de discos, artrosis en las vértebras y el sacro comprimido. Un “dolor crónico” que lo acompaña “todo el día”.

Su relato es un viaje vertiginoso. Deja su casa a los 12 años, rumbo a la academia de Jorge Griffa. El sueño europeo con el Atlético de Madrid se esfuma, pero aparece Boca Juniors. En 2014, bajo la mirada de Carlos Bianchi, vive su momento cumbre: debuta en Primera en La Bombonera, ante Gimnasia, en el último partido del Torneo Final. También juega un Superclásico amistoso en el estadio Azteca de México, compartiendo vestuario con Riquelme, Orión y Gago. “Son hermosos recuerdos. Si no es el mejor del mundo, es uno de los mejores clubes del mundo”, afirma con una nostalgia serena.

Pero la carrera no despega. Pasa por San Martín de San Juan (donde logra el ascenso), Freamunde de Portugal, Colón y Sportivo Belgrano. Su mejor momento deportivo llega, irónicamente, junto al peor físico. Entre 2019 y 2023 se convierte en goleador en el ascenso griego, vistiendo las camisetas de Thesprotos, OF Ierapetras y Aias Salaminas. Sin embargo, es en Grecia donde la espalda empieza a gritar. Una resonancia lo confronta con la cruda realidad: “Vos no podés jugar más al fútbol como tenés la espalda”.

“Vivía para mi cintura”, confiesa. Dormía con una bolsa de agua caliente en la zona lumbar, usaba cremas que le quemaban la piel y llegó a necesitar que su entonces pareja lo alzara y le atara los cordones tras los partidos. “Con 27, 28 años, era una locura”. El médico fue terminante: podía seguir jugando, pero a los 35 o 37 años quizás no podría ni caminar.

La transición fuera del fútbol fue un abismo. “Lo primero que le dije a mi psicóloga, con lágrimas en los ojos, fue: ‘No sé hacer otra cosa que jugar al fútbol’”. Ella se rió y le respondió: “¿Cómo que no sabés hacer otra cosa? Sabés hacer mil cosas”. Esa frase fue un salvavidas. Con el apoyo de su expareja, Sofía Savoy, empezó de cero en una agencia de autos, lavando vehículos y haciendo mandados, hasta que descubrió su talento para vender. Hoy es socio y fundador de MAFE Automotores, que vende entre ocho y nueve autos mensuales. “Aprendí que se puede estar bien fuera del fútbol, se puede ganar guita fuera del fútbol”.

Desde su oficina, extraña el ruido del vestuario, la camaradería, los viajes. Casi no mira fútbol y ya no puede jugar ni un picado. Su rutina está signada por el dolor: doblar una toalla para apoyarse y lavarse la cara, sentarse para vestirse, elongar constantemente. “Tengo treinta y dos años. No se puede vivir así”.

Por eso, su próximo gran desafío no es empresarial, sino físico. A fin de año se someterá a una nueva infiltración y en 2026 planea una operación decisiva: le colocarán una placa con tornillos para fijar su columna. Es una cirugía de alto impacto, pero la ve como su única chance de recuperar la calidad de vida.

Al repasar sus logros, su mirada se serena. “Mis sueños se cumplieron todos: jugar en Boca y que me vea mi papá, jugar en Europa y tener mi propia empresa, vivir y depender solamente de mí”. Luego hace una pausa, y su voz baja a un tono íntimo, cargado de un anhelo universal y a la vez profundamente personal: “Lo único que me queda por cumplir es poder levantarme a la mañana contento de no tener dolores. Hoy en día, es lo que más quiero”.

En el silencio que queda tras esa confesión, se disuelve la figura del exfutbolista. Queda solo la de un hombre joven que, tras haber tocado el cielo con las manos, libra la batalla más dura en la intimidad de su propio cuerpo, anhelando la simple y esquiva victoria de un amanecer sin dolor