La bomba estalló en el vestuario de Liverpool minutos después del empate 3-3 ante el Leeds United, pero sus ondas expansivas recorrieron el mundo del fútbol en cuestión de horas. Mohamed Salah, el hombre récord, el ídolo absoluto de Anfield, el goleador histórico, soltó todas las cadenas. Con los ojos encendidos y una serenidad cortante, el egipcio no dejó títere con cabeza: apuntó contra el entrenador Arne Slot, cuestionó a la dirigencia y puso sobre la mesa una salida en el próximo mercado de pases de invierno. El mensaje fue claro y devastador: “Parece que el club me está traicionando”.
La chispa que encendió la mecha fue deportiva, pero el combustible era acumulado. Por primera vez en su carrera en Liverpool, Salah fue suplente por tercera vez seguida. No jugó ni un minuto contra el West Ham (2-0) ni ante el Leeds; sólo sumó 45 minutos entre semana frente al Sunderland (1-1). Para un jugador acostumbrado a ser la piedra angular, el indigno banquillo se volvió un suplicio. “Estoy muy, muy decepcionado. He hecho muchísimo por este club a lo largo de los años, especialmente la temporada pasada. Ahora estoy en el banco y no sé por qué”, arrancó, con una mezcla de incredulidad y rabia.
Pero las dudas sobre su rol deportivo se transformaron rápidamente en acusaciones personales. El vínculo con Arne Slot, hasta hace poco descrito como “bueno”, se evaporó. “De repente, ya no tenemos ninguna relación. No sé por qué. Para mí es inaceptable”, disparó Salah, señalando un quiebre que va más allá de lo táctico. El delantero, autor de sólo 5 goles en 19 partidos esta temporada (lejos de los 29 del último campeonato), se ve a sí mismo como un chivo expiatorio en un equipo que gana uno de cada seis partidos, ocupa un lejano octavo puesto y tiene al técnico en la cuerda floja. “Es como si me tiraran bajo el autobús porque ahora soy el problema del equipo. Pero no creo que yo sea el problema”.
La queja de Salah no es sólo por los minutos. Es por el respeto. Es por la historia. “He hecho mucho por este club para ganarme el respeto que quiero y no tengo que luchar cada día por mi puesto porque me lo he ganado”, afirmó, reivindicando un palmarés que lo tiene como el máximo goleador del Liverpool en la era Premier League. Comparó su tratamiento con el de Harry Kane en sus peores momentos (“todos lo protegían”) y contrastó con la desprotección que siente ahora. El golpe más duro vino al recordar la renovación de contrato hasta 2027, firmada en abril con promesas de un futuro dorado. “El club me prometió muchas cosas en verano y, hasta ahora, he estado en el banco de suplentes durante tres partidos. Parece que el club me está traicionando. Así es como me siento”.
Las palabras finales fueron las más ominosas. Salah, que jugará ante el Brighton el próximo sábado antes de irse a la Copa Africana de Naciones con Egipto, invitó a su madre a ese partido. “No sé si voy a jugar o no, pero voy a disfrutarlo. En mi cabeza, voy a disfrutar ese partido porque no sé lo que va a pasar ahora. Estaré en Anfield para despedirme de los aficionados”. Cuando se le preguntó directamente por una salida, no lo negó: “En el fútbol nunca se sabe. No acepto esta situación”.
Del otro lado, Arne Slot intentó una explicación técnica en conferencia de prensa: “Se trataba de controlar el partido, no necesitábamos un gol”. Pero esas palabras suenan huecas frente al terremoto generado. Salah no discutió tácticas; cuestionó lealtades, honró su legado y dejó al descubierto una fractura profunda en el corazón de Liverpool.
El reloj corre. El mercado de invierno se acerca. Y Mohamed Salah, el Faraón que reinó en Anfield, ya no pide un puesto en el equipo. Exige respeto. O se va. El final de una era, la más gloriosa de las últimas décadas para los Reds, podría escribirse no con una ovación, sino con un portazo