La imagen fue más elocuente que cualquier análisis táctico. Leandro Paredes, con gestos de incredulidad y desaprobación hacia el banco en el momento exacto en que el reloj marcaba el cambio de Exequiel Zeballos por Alan Velasco, encapsuló el desmoronamiento. No fue solo una sustitución cuestionable; fue el símbolo de una noche en la que Claudio Úbeda perdió el pulso del partido y, aparentemente, el vestuario. Esa reacción del referente, quien públicamente lo había comparado con Lionel Scaloni semanas atrás, resonó como un portazo a la confianza.
Racing no fue una tromba. Fue, simplemente, un equipo más sólido, más consistente y mejor parado. Aprovechó el único error defensivo para marcar, a través de Maravilla Martínez, y luego administró con frialdad un partido que Boca nunca supo cómo abordar. La ausencia de ideas fue tan notoria como la falta de reacción desde el banco. Úbeda, superado, no ensayó variantes hasta el minuto 90, cuando la eliminación ya era un hecho consumado. La supuesta ventaja física, un mito. El equipo de Avellaneda, que venía de jugar 120 minutos días antes, mostró mejor preparación atlética.
Detrás del desastre deportivo, emerge con fuerza la dimensión política. La teoría de que Juan Román Riquelme mantendría a Úbeda más allá del resultado se hizo añicos junto a las esperanzas de llegar a la final. Ahora, el presidente vive su propia encrucijada. Sostener al entrenador cuyo contrato vence el 31 de diciembre implica pagar un alto costo ante una sociabilidad que ya lo dio por descontado y ante un plantel cuya fe en el DT se resquebrajó en vivo y en directo. La comparación con el destino de Hugo Ibarra, despedido con un récord menos malo y con mayor peso institucional, es inevitable y pesa como una losa.
La alternativa no es menos compleja. Román se vería forzado a abrir una búsqueda urgente, con el mercado de pases a la vuelta de la esquina y con la única meta que realmente importa en Brandsen 805 brillando en el horizonte: la Copa Libertadores 2026. Todo deberá ser diseñado a contrarreloj.
La derrota ante Racing no fue solo una eliminación. Fue un punto de quiebre. Úbeda, que llegó con la bendición de Miguel Ángel Russo para cerrar un ciclo, se encontró con los límites de su propio liderazgo en la prueba de fuego. Y Riquelme, el hombre que todo lo decide, debe elegir entre la lealtad a un proyecto que se desinfló o el realismo de quien mira hacia un futuro que, tras esta noche amarga, se presenta más incierto que nunca. En la Bombonera, después del silbatazo final, ya no quedaban dudas sobre el veredicto popular. La pelota, ahora, está en los pies del presidente