En la Bombonera, donde cada decisión pesa como un partido final, la figura de Edinson Cavani se erige como el rompecabezas más complejo para una dirigencia que busca oxígeno deportivo y económico. Con contrato vigente hasta diciembre de 2026, el destino del uruguayo se debate entre la admiración por su jerarquía y la crudeza de los números: un año marcado por lesiones, ausencias clave y un rol que se desdibuja en el plantel.

El primer escollo es físico. Cavani, que cumplirá 39 años en febrero, disputó apenas el 55% de los partidos en 2025 —24 de 44— y marcó solo cinco goles. Su historial de desgarros y molestias lo mantuvo lejos de momentos definitorios, como los Superclásicos o compromisos clave en la Copa Libertadores. A diferencia de sus dos primeras temporadas, donde su presencia rondaba el 70%, este ciclo lo encontró con frecuencia ingresando desde el banco, en un equipo que además redujo su cantidad de encuentros por eliminaciones tempranas.

El segundo factor es la pulseada interna. Cavani y Juan Román Riquelme pactaron de palabra no forzar un vínculo si los resultados no acompañaban. Ahora, ese diálogo pendiente debe traducirse en una decisión concreta. El jugador posee uno de los salarios más altos del fútbol argentino, un dato que agrega presión económica al debate. Desde la dirigencia no le sugerirán irse —la puerta de salida deberá abrirla él—, pero Riquelme, aunque lo defendió públicamente, sabe que la ecuación rendimiento-inversión debe cerrar.

Finalmente, todo pasa por el cuerpo técnico. Si Claudio Úbeda continúa —su futuro se define en horas—, Cavani seguiría siendo un referente, aunque probablemente cediendo la capitanía a Leandro Paredes, cuya ascendencia en el vestuario creció naturalmente. Si llega un nuevo entrenador, el uruguayo deberá convencer desde cero. Su sueño de revancha en la Libertadores y su profesionalismo son activos, pero en un Boca que busca depurar y rearmarse, el tiempo de las certezas se agota. La leyenda puede quedar intacta, pero el lugar en el plantel ya no es un dogma