El sol de la tarde caía sobre Avellaneda con esa luz oblicua que parece encender la fachada roja. Adentro, en el césped del Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini, un hombre duro, curtido en mil batallas, se desmoronaba. No era un llanto discreto, sino uno de esos que surgen desde un lugar tan profundo que desfiguran el rostro. Enzo “el Vikingo” Trossero, emblema de una defensa que fue muro y leyenda, tenía entre sus manos algo que creía perdido para siempre: la camiseta número 6, de mangas largas, con la que gritó goles, levantó copas y defendió el honor del Rojo durante once temporadas inmortales.
“Gracias… gracias”, fue todo lo que pudo articular. La voz, quebrada, traicionaba al hombre serio, al zaguero implacable que junto a Hugo Villaverde formó la dupla central más temida y querida. “La voy a poner en un cuadro porque, aunque te parezca mentira, es la única que tengo”. Una confesión que resumía la paradoja de tantos ídolos: dieron todo en la cancha, pero el tiempo se llevó los objetos que atestiguan la hazaña.
El acto, en el marco de la presentación de su libro biográfico “La historia del Vikingo”, se transformó en algo más grande: un reencuentro del alma roja con uno de sus pilares fundamentales. El club, en un gesto de permanente memoria, anunció que las Gargantas 1 y 2 del estadio llevarán los nombres de Villaverde y Trossero. Así, la dupla que forjó títulos y respeto volverá a estar unida, tallada en el hormigón del templo.
La jornada fue un viaje en el tiempo. Conducida por Eduardo Caimi, reunió a una generación de campeones: Pavoni, Sá, Bertoni, el “Loco” Enrique, Percudani, Goyén. Como un ejército de fantasmas gloriosos, todos ahí para abrazar al Vikingo. Pero el momento más desgarrador llegó con la proyección de un mensaje póstumo de Villaverde, su “hermano de la vida”, fallecido el año pasado. Ahí, las lágrimas de Trossero ya no tuvieron freno. Era el recuerdo de una hermandad forjada desde Santa Fe, pasando por Colón, hasta consagrarse en Independiente y la Selección Nacional.
En sus palabras de agradecimiento, Trossero, abrazando a su esposa Susana, repasó con humildad su épica: “Tuve la suerte de llegar acá y respetar la historia”. Habló de la hepatitis que casi termina con todo, de los 99 días en cama, de aquel viaje a Ezeiza donde su destino quedó sellado en rojo. El presidente Néstor Grindetti fue el encargado de oficializar lo que todos los hinchas ya sabían: Enzo Trossero es parte indeleble de la arquitectura emocional del club.
Hoy, el Vikingo no solo recuperó una camiseta. Recuperó, en un solo día, el lugar tangible que tiene en el corazón de Independiente. Una reliquia enmarcada, un sector del estadio con su nombre y un libro que cuenta su historia. La tarde en Avellaneda demostró que algunas leyendas, cuando vuelven a casa, nunca se fueron. Solo estaban esperando el momento justo para que el sentimiento, como un gol en el último minuto, explotara en llanto y memoria