La ilusión hecha trizas en el último suspiro
En el corazón de la cancha del Eva Perón, con las tribunas vibrantes de fe renovada, Sarmiento vivió 93 minutos de pura esperanza. Fue el tiempo suficiente para soñar con la hazaña, para creer que la victoria del sábado pasado no era un espejismo sino el inicio de una era bajo Facundo Sava. Pero el fútbol es cruel, y a veces 180 segundos bastan para demoler lo construido. Atlético Tucumán, agonizante, encontró en el descuento un salvavidas inesperado y le arrancó a El Verde no dos puntos, sino un pedazo de alma, al empatar un partido que tenía dueño en el epílogo más dramático. El 2-2 final duele como una derrota y quema por dentro.
Desde la salida, el equipo local mostró una convicción que hacía rato no se veía. La energía de Sava en el banco se transmitía a cada jugador. A los seis minutos, la primera descarga de euforia. Una recuperación valiosa en el mediocampo, la pelota en los pies de Morales, que encaró con decisión, venció a uno, a dos, y desde el borde del área envió un zurdazo impecable que se clavó en el ángulo. Ardaiz, como un buitre insaciable, solo llegó para asegurar que el balón ya había cruzado la línea. El estadio estalló. La ilusión tomaba forma.
El dominio fue local, aplastante en momentos. La presión ahogaba a un Tucumán desconcertado, que no encontraba respuestas. Y en el minuto 44, pareció llegar el gol que cerraba la historia. Un remate rechazado, un balón que quedó servido como un regalo dentro del área, y ahí estuvo otra vez Tomás Ardaiz. Con la calma de un veterano, controló, esperó a que el defensor se tirara, y con frialdad de cirujano definió cruzado para vencer a Mansilla. 2-0. El Eva Perón era un coro de alivio y alegría. El partido parecía sentenciado.
Pero el complemento pintó otro guion. Atlético Tucumán, con el orgullo herido y al borde del abismo, salió transformado. Empujó con desesperación. Sarmiento, tal vez intentando administrar un triunfo que creía seguro, empezó a retroceder, a encerrarse, a vivir con angustia cada llegada. La pelota ya no circulaba, se rechazaba. El reloj se volvió el peor enemigo.
A los 41 minutos, el gol que cambió todo. Una jugada que parecía controlada terminó en los pies de Mateo Coronel dentro del área, y su remate preciso encontró el camino para descontar. 2-1. Fue el gol de la inquietud, el que prende la mecha de los fantasmas. Los minutos finales fueron un suplicio, una larga y tortuosa espera para el pitido final.
Pero éste nunca llegó a tiempo. En el cuarto minuto de adición, en una última y desesperada embestida, la pelota cayó en el área como una bomba. Hubo un rebote, un remate, y Augusto Maxi Auzqui apareció para empujarla adentro. 2-2. El silencio fue instantáneo, sepulcral. Solo el festejo visceral de unos pocos jugadores visitantes rompió el hechizo. El gol no solo le robó dos puntos a Sarmiento, sino que, por diferencia de gol, lo desplazó de la octava posición, ese último lugar codiciado para los playoffs que durante casi toda la tarde había tenido en el bolsillo. La ilusión, hecha trizas en el último suspiro.