Niñez golpeada

Domingo, 28 de Febrero del 2021 - 08:15 hs.

-      ¿Don Alfonso tomamos unos mates en la puerta? – Dijo por sobre el prolijo ligustro de la medianera el de boina, joven por entonces tendría participación en unas 20 cosechas y no mucho más de 30 años, siempre vestía orgullosamente de atuendos camperos.

-      Como no Olegario, gracias por el convite. – Contestó el vecino y ex maestro de primaria, por el siempre-verde recientemente cortado por su tijera.

 

Momentos más tarde, el peón del campo de los Sáenz de Arregui se juntó equipo de mate en mano, en los portillos espejados de ambos patios delanteros. Don Alfonso Salvi ya esperaba sentado en una banqueta plegable, esas de caño y lona rayadas. Un changuito de 6 años dejó una parecida para su padre, aunque algo menos cuidada, el crio mostraba ganas de quedarse en la vereda.

            - Vaya con su madre, que esto es cosa de grandes. – Ordenó el paisano como marcando la cancha con tono bastante severo.

El chango como tantos, era un morenito algo travieso de cachetes cóncavos, inflamados y ‘pellizcables’. Hizo caso y se guardó en los límites de su casa.

Contemplaban el atardecer cediéndose el mate de calabaza, mientras les contaba sobre una vaca empastada que por dichos del veterinario ya no tenía remedio. Y de la seca y de una aguada que deberían estar terminadas. Habrían cebado seis vueltas espaciadas y tranquilas mientras el sol resbalaba por el horizonte enjabonado, y en eso el changuito asomó el hocico como un tierno y juguetón osezno.

-           Pero Tomás ¿Qué te acabo de decir? Mandate a mudar adentro. – El chico refunfuñó un poco y volvió sobre la marca inversa de sus pies descalzos. El ex-maestro presenció la escena y con palabras más que mansas preguntó mientras con la mano de lado le devolvía el cascarón al cebador.

-           ¿Olegario, me permites hacer una pregunta? Pero como es personal, me gustaría que no la tomes como una intromisión en tu vida. -

-           Faltaba más Don Alfonso, ya sabe que usted para mi es mucho más que un buen vecino. -

-           Esta tarde mientras cortaba el ligustro, escuché involuntariamente que reprendías con un golpe a Tomasito. Y el chango lloró un rato largo ¿Qué pudo haber sido para que le duela tanto? -

-           Ese mocoso que no hace caso, de metido le rompió un plato del juego a la María, por cabezón nomas. Ya se lo habíamos dicho. -

-           Bueno con los niños es necesario y preferible tener paciencia que distribuir golpes. Una vez, hace muchos años se me escapó un cachetazo a Jorgito, mi hijo, …cuando apenas era un purrete. Tal vez él ni lo recuerde o quizás ya me lo hubiere disculpado, pero yo mismo jamás me lo perdonaré. Porque me instruí para no ser agresivo, tenía la herramienta para actuar diferente y sin embargo lo hice reaccionariamente. Por eso no es que te esté juzgando, solo digo si eres consiente que castigar físicamente no debería ser parte de una educación.

-           No crea que el método es tan malo, al fin y al cabo, es como me han criado y soy una persona honesta, trabajadora y leal ¿No? – Se defendió el padre de Tomasito. – Alguna vez mi viejo me dijo algo que no he olvidado. ¿Él me preguntó con que se cura una bota de vino? Y yo me levanté de hombros.  ‘Con vino se cura la bota de vino, hijo’ ‘¿Con que se cura un mate de calabaza, Olegario?’ Él volvió a preguntarme. ‘Se cura con yerba mate, hijo. Igual que una tabla de picar carne nueva se le cura con una pella de grasa de cerdo. Ahora te pregunto, ¿con que se cura a tu cría si no es con su propia sangre?’

-           A veces los legados familiares nos esclavizan al pasado, un niño no es una bota de vino, ni una calabaza, y menos aún una tabla para picar carne. Si ha de buscar una alegoría, preferiría relacionar su intelecto a una vasija de barro que mientras gira en el torno le acaricias suavemente para darle forma. En ella guardará su propia sabiduría, para que mañana no se le filtre por las grietas deberías ser muy delicado. No conseguirás como el plato de María un reemplazo en el bazar. - 

Olegario bajó arrepentido la cabeza, el maestro de sexto grado le había entregado una nueva enseñanza a pesar que los años habían pasado. Entonces giró a sus espaldas un poco y llamó a su hijo…

-           Tomasito, vení. –

El chico salió a la calle desde cerca y se le puso a un metro como atemorizado.

-           Vení dame un abrazo. – El niño dudó bastante, pero al fin se le acercó y desapareció entre los brazos del padre. Luego de varios segundos lo apartó un poco para mirarlo y le dijo con una lagrima de guapo avergonzado…

-           Te prometo a cambio de nada y delante de mi maestro preferido, que nunca más voy a levantarte la mano para golpearte. -

 

 

 

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