El refugio de Bali
El arrozal verde esmeralda lo cura todo. O, al menos, esa es la medicina que Paula Badosa eligió para intentar cerrar las heridas abiertas de una temporada que la golpeó sin piedad. Lejos del rugido de las gradas, del frío cemento de las canchas y de la presión asfixiante del circuito, la tenista catalana encontró en Bali un bálsamo para su espalda lesionada y para un corazón quebrado.
La imagen es otra. No hay raquetas, ni pelotas, ni marcadores. Solo una Badosa relajada, con una sonrisa auténtica que se había extraviado en los últimos meses, flanqueada por su madre, su hermana Jana y su amiga de la infancia, Claudia Taberner. Son su "equipo de por vida", el andamiaje que no se resquebraja con las derrotas ni con los scanners médicos. “Lugares y personas te curan”, escribió en un descargo emocional que resonó más fuerte que cualquier declaración de prensa. Indonesia, confesó, le robó el corazón en el momento en que más lo necesitaba vacante.
Este viaje a un paraíso tropical no es un capricho vacacional. Es la consecuencia lógica de un colapso anunciado. El año 2025, que había arrancado con el dulce sabor de unas semifinales en Australia, se torció abruptamente. La espalda, ese viejo enemigo, volvió a fallar. Luego, en la gira de césped, la rotura del músculo psoas fue el golpe de gracia. Los intentos de regreso en torneos clave como Madrid o Wimbledon se saldaron con abandonos y primeras rondas, un bucle de frustración y dolor que culminó en Beijing, donde una nueva lesión la obligó a bajar la persiana.
Pero el parte médico es solo una cara de la moneda. La otra, la personal, tiene nombre y apellido: Stefanos Tsitsipas. La "power couple" del tenis mundial, aquella historia de amor que se forjó en los viajes interminables y en los entrenamientos compartidos, se quebró en silencio en julio. Las fuentes lo pintan como un adiós "sano", sin dramas escandalosos, pero inevitable. La presión de competir lesionados, la sombra de los malos resultados, fue una losa demasiado pesada para la relación. El mutuo dejar de seguirse en redes fue el epitafio digital de un romance que no pudo soportar el peso de la adversidad.
Fue entonces cuando Badosa tomó la decisión más drástica y, quizás, la más sabia: parar. "Nos vemos en el 2026", lanzó en un comunicado que sonó a despedida, pero también a promesa. Es un tiempo de exilio forzoso, de reconexión con lo esencial. En Bali, entre templos y amaneceres, la tenista no está planificando su regreso a las pistas. Está, simplemente, aprendiendo a sonreír de nuevo.
El mensaje final de su retiro temporal lo dejó claro: “No podría hacer esto sin las personas que siguen creyendo en mí. Su apoyo me sostiene cuando todo se vuelve pesado”. El viaje a Indonesia es la materialización de ese agradecimiento. Es el reconocimiento de que, a veces, la victoria más importante no se juega en un court de cemento, sino en la quietud de un arrozal, rodeada de quienes te abrazan cuando la raqueta ya no puede sostenerte