La salud de Miguel Ángel Russo
El aire en la Ciudad Deportiva de Ezeiza se respira diferente. Los gritos de Úbeda y Juvenal reemplazan, por estos días, la voz de mando de Miguel Ángel Russo. El DT, de 69 años, vuelve a estar lejos del campo, encerrado entre las cuatro paredes de una clínica, mientras su equipo se prepara para visitar a Defensa y Justicia. La salud del "Miguelo" es, otra vez, el tema único y principal que acapara la atención de un club que trata de enfocar en la cancha.
El episodio de esta semana—un nuevo cuadro de deshidratación que derivó en una internación el miércoles después de que unos estudios arrojaran "valores no deseados"— activó todas las alarmas. Es la segunda vez en poco más de un mes que Russo debe ser hospitalizado. El antecedente de Mar del Plata, donde el frío y la lluvia precedieron a una internación por una infección urinaria, pesa como una losa. Y el pronóstico para este sábado en Florencio Varela es un espejo de aquella noche: temperatura en picada y llovizna. Un escenario que, lejos de ser ideal, parece una prueba de fuego para un organismo que ya ha dado señales de alerta.
Desde el club, el silencio oficial es absoluto. No hay partes médicos, no hay comunicados. La estrategia es de espera y respeto. Esperar al dictamen de los doctores, a la opinión de la familia y, por sobre todas las cosas, a la voluntad del propio Russo, un hombre de carácter férreo que ya demostró que la última palabra sobre su presencia la tiene él. "Si estoy trabajando, es porque tengo el alta de todos, y mi familia es la primera", había sentenciado con dureza la última vez, despejando dudas con un tono que no admitía réplica.
Mientras tanto, la maquinaria futbolística no se detiene. La dupla de sus ayudantes conduce los entrenamientos, probando variantes para suplir la baja de Carlos Palacios, otra preocupación que se suma al combo de inconvenientes. Pero en el fondo de cada ejercicio, de cada táctica ensayada, flota la pregunta inevitable: ¿quién estará realmente al mando el sábado?
La situación trasciende lo deportivo y pone sobre la mesa una discusión más profunda: el límite entre la entrega y la obligación, entre la pasión y la salud. Russo, un símbolo de una época, se debate entre su deseo de estar en la línea y la cruda realidad de un cuerpo que pide pausa. Boca, por su parte, camina sobre la cuerda floja de respetar a su técnico sin descuidar su bienestar, consciente de que ningún partido, por importante que sea, justifica un riesgo mayor.
El partido en Varela será, más que un encuentro de fútbol, un termómetro. No solo del presente de un equipo en la lucha por el torneo, sino del futuro inmediato de su conductor. Una noche fría que puede definir mucho más que tres puntos