El adulterio en la época victoriana era una condena de por vida
En la Inglaterra victoriana, cometer adulterio no era simplemente una falta moral: era una condena de por vida… pero solo si eras mujer.
Una mujer acusada de infidelidad lo perdía todo. No solo el hogar y la estabilidad. Perdía su nombre, a sus hijos, su futuro. Mientras la infidelidad masculina era vista como un pecado pasajero, la femenina era considerada una amenaza al orden social.
El castigo no era la cárcel. Era el desprecio.
Difamación pública en los periódicos. Rechazo absoluto de la alta sociedad. Separación definitiva de los hijos. Cero recursos legales. Y para muchas, la prostitución se convirtió en la única opción de supervivencia.
El caso de Caroline Norton lo demuestra con crudeza.
Poeta y escritora brillante, estaba casada con un político violento. Cuando se hizo amiga de Lord Melbourne, su esposo la acusó de adulterio sin pruebas. El escándalo llenó los titulares. Caroline fue absuelta en los tribunales, pero la sociedad no perdonó.
No volvió a ver a sus hijos. Fue rechazada de todos los salones. Y sin embargo, no se rindió.
Luchó durante años para que otras mujeres no pasaran lo mismo. Gracias a su esfuerzo, se aprobó en 1839 la Ley de Custodia de Infantes, que por primera vez dio a las madres algún derecho sobre sus hijos tras una separación.
Caroline no fue infiel. Fue valiente.
Pero en la época victoriana, bastaba con una sospecha.
Bastaba con ser mujer.